Bajen las armas

Por: Dardo Lambertt   Estamos en el día después de un hecho que representa un punto de inflexión en la historia de nuestro país. Una historia que tiene muchos capítulos de violencia, pero que hace unos 40 años se estableció este pacto de convivencia democrática pacífica, un período con el…

Por: Dardo Lambertt

 

Estamos en el día después de un hecho que representa un punto de inflexión en la historia de nuestro país. Una historia que tiene muchos capítulos de violencia, pero que hace unos 40 años se estableció este pacto de convivencia democrática pacífica, un período con el que creció nuestra generación que presenció discursos virulentos, discusiones de todo tipo, marchas y contra marchas pero no la violencia física dentro de la arena política, al menos en los términos que sí se ven como moneda corriente en otros países latinoamericanos.

El hecho es además el corolario de una zaga de enfrentamientos dialécticos, una espiral ascendente de discursos de odio cargados con mucha vehemencia que van prendiendo en todos los rincones de la sociedad y que vemos repiten muchos como loros, copiando y pegando comentarios en las redes sociales, lo vemos también en Trenque Lauquen y lo vemos ahora.

Cómo llegamos hasta acá. Bueno, en esto todos tenemos parte de la responsabilidad. La responsabilidad mayor es de la clase política, muy preocupada por los focus group y las mediciones y con falta de humildad para encontrarse, juntarse y establecer acuerdos básicos. Los discursos de odio son además un pasaje rápido para políticos y periodistas sin rating. Si no tenes votos gritas 4 ó 5 frases altisonantes y disruptivas y ya sos un opositor, y si no tenes rating te pones como un soldado de uno de los lados de la grieta, te pagan y quedás con la audiencia fanatizada.

Anoche, todos en su fuero íntimo, con excepción de algunas poco presentables excepciones, recapacitaron y entendieron que así no se puede seguir. Ahora hay que ver si la clase política adopta un signo de madurez para enderezar el rumbo. Hace tiempo que no pocos señalan, y suscribimos, que no tiene mucho sentido seguir debatiendo y discutiendo un punto de inflación, un límite más o menos para la segmentación de tarifas, si la mitad está en contra y siempre va a tirar para el otro lado, es inviable un proyecto de país con la mitad caminando en sentido contrario. No quiere decir esto que las diferencias sean malas, por el contrario, enriquecen el diálogo, pero seamos honestos al afirmar que el diálogo hace años brilla por su ausencia.

Primero hay que hacer un gran pacto nacional, que permita disminuir los niveles de crispación y discursos de odio y reestablecer los lineamientos de la convivencia democrática pacífica.

Siempre decimos desde nuestros espacios periodísticos que no siempre toda la responsabilidad es de la superestructura, aunque claramente le cabe la mayor parte de la culpa. Nosotros, cada uno en su ámbito más reducido, puede contribuir a este fin; a  parar la pelota. ¿Cómo? apagando los discursos de odio en la tele, no escuchando a los políticos que piden desterrar al adversario, no convirtiéndonos en rehenes de los que adoptan un estilo de conducción que alfombra el camino para la corrosión de los cimientos de la política y la democracia, que nos tiene hoy mirándonos sin entender qué está pasando, perplejos y consternados frente a una realidad incontrastable y que nos interpela.

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