Roberto Larrubia, una leyenda viviente con historias plagadas de fútbol, pasión y tango

Roberto Larrubia, una leyenda viviente con historias plagadas de fútbol, pasión y tango

Podría decirse que Roberto Larrubia es una leyenda viviente del deporte trenquelauquense del último medio siglo y por motivos suficientes: fue un arqu

Podría decirse que Roberto Larrubia es una leyenda viviente del deporte trenquelauquense del último medio siglo y por motivos suficientes: fue un arquero extraordinario, jugó en la Primera División de AFA, fue entrenador y preparador físico de los clubes más importantes a lo largo y a lo ancho del continente y aún hoy con 77 años forma equipos y deportistas con la misma pasión que en sus inicios.
Eso no es todo. Es un tipo muy formado intelectualmente, tiene formación ideológica y política y sabe un rato largo de tangos y hasta conduce un programa radial de música ciudadana. Como si fuera poco, tiene una lista larga de historias y anécdotas que protagonizó durante sus años de trotamundo cuando se codeaba con los más grandes del futbol continental.
Algunas de esas historias que deberían quedar escritas son como el día que conoció a Pablo Escobar en Colombia, a cuando entrenó a Ringo Bonavena. El mano a mano con un amigo de Gardel, y sus sueños lúcidos con el Zorzal Criollo. Una historia que vale la pena ser contada.
Larrubia fue arquero del FBCA y la Selección Roja, luego viajó a Ferro Carril Oeste de Caballito donde “me crié porque mis mejores años de juventud los pasé ahí, tenía una pensión en frente. Era un lindo club donde encontraba todo, como es el origen etimológico de la palabra club que es una palabra inglesa y que quiere decir reunión de amigos, y entonces conocí a politicos, deportistas, artistas”.
-¿Por qué sos tan culto viniendo del futbol, cuando todos dicen que los futbolistas sólo tienen una pelota en la cabeza?
-No, porque están equivocados los que dicen eso; no saben lo que es un club. A mi me formaron. Me apasionaba todo, la política también. Iba a cafés tradicionales en Buenos Aires y ponía el oído a los que hablaban bien y sabían, y después me involucré en el tango.
-¿Cómo es tu vinculación con la política?
-Eso ocurrió cuando era preparador físico de Estudiantes de La Plata, una ciudad en la que viví 16 años, mi tío Lito era un militar retirado y estaba muy involucrado en el ideal radical y me pedía que lo acompañara al comité y yo lo hacía. Así conocí a Balbin, Alfonsin, a todos. Yo sólo escuchaba y miraba.
-¿Surgir de abajo y tener una carrera deportiva te prepara para la vida?
-Si claro, lo que más te prepara y te sirve es la derrota, ahí es donde más aprendes. Y siendo arquero más, vos tenes que recuperarte rápidamente de las caídas y eso te entrena para la vida.
UN TROTAMUNDO
La carrera como futbolista profesional se terminó para Larrubia por una lesión en la rodilla, pero él ya estaba preparado para no quedarse en banda. Mientras jugaba cursaba la carrera de profesorado en educación física. Por eso se volvió a Trenque Lauquen a trabajar en las escuelas y en clubes, hasta que un llamado lo devolvió otra vez al centro de la escena. Fue a trabajar a Sarmiento de Junín y luego a Estudiantes como ayudante del DT Cacho Malbernat una gloria pincharata. “En La Plata aprendí muchas cosas porque es una ciudad muy cultural y académica”.
Así llegaron los contratos en el exterior y vivió y trabajó en todos los países de América Central y Sudamérica. “Para mi todos son países hermanos, en Perú es donde mejor me sentí porque son muy parecidos a los argentinos, empecé en Ecuador. El embajador del menemismo en Ecuador, nos llamaba para que fuéramos a la Embajada a charlar porque se aburría. Por esta profesión conocíamos hasta presidentes de la nación”.
-¿Cómo es la historia que conociste al capo narco Pablo Escobar?
-En 1990 estábamos dirigiendo en Deportivo Quito de Ecuador y fuimos a jugar contra Atlético Medellín de Colombia, un equipo que había dirigido a Osvaldo Zubía entonces había muchas referencias y quieren mucho al argentino. Estábamos entrenando en la cancha los dos equipos y viene Maturana y nos dice que el presidente del club nos quería saludar y viene caminando con 4 custodios, nos dio una bienvenida y habló un rato con nosotros, no sabíamos quién era, al tiempo nos enteramos que era Pablo Escobar Gaviglia.
No fue su única experiencia extrema. “En Guatemala íbamos a cenar con chalecos antibalas y estuvimos varias veces que tirarnos cuerpo a tierra, porque había persecuciones policiales a narcos y eran una balacera”.
-Otra historia que cuentan sobre vos es que entrenaste al gran Ringo Bonavena ¿cómo fue eso?
-Estábamos estudiando para el profesorado de Educación Física. El Dr. Oliva era un deportólogo muy reconocido y era profesor nuestro en el instituto y una vez me pidió una mano a mi y a otro compañero. Teníamos que pasarlo a buscar a las 7 de la mañana por el hotel Alvear a Bonavena y lo teníamos que llevar a correr a Palermo, estaba preparando la pelea con Joe Frazier. Teníamos que subir y despertarlo porque tenía un sueño pesado. Era un tipazo, un muchacho espectacular, desayunábamos con él, nos regalaba ropa deportiva y nos quería pagar, pero no aceptábamos para mi fue un privilegio, yo le decía Oscar (no me animaba a decirle Ringo). No era salidor, ni alcohólico ni nada, pero se acostaba tarde porque le gustaba el teatro y hacerse ver. Muchos decían que era fanfarrón pero era un tipo muy sencillo que vendía un producto. Nadie metió tanta gente al Luna como él y Nicolino.
-Vos sos de dormir poco.
-Soy de poco dormir y paso muchas madrugadas leyendo sobre tango y escuchando. Soy un apasionado. Cuando vivía en Buenos Aires lo fui a ver a todos y a muchos los conocí.
-¿Cómo llegó a vos esa pasión por el tango?
-Me gustan las letras, el contenido, son letras de vida y me gusta investigar sobre los autores. Una cosa es entonar el tango y otra es cantarlo. Los goyeneches y su generación te emocionaban cuando cantaban el tango, Pavarotti no podría cantar tango a pesar de tener una voz espectacular, el cantante de tanto tiene que tener otra cosa. Gardel fue lo máximo, a veces sueño con Gardel.
-¿Cómo es eso?
-Tengo otra historia, conocía a don Andres Del Filpo. Cuando jugaba en Ferro comía en el bufet de Ferro. El también lo hacía, era un hombre viudo y grande que era abuelo del dueño del bufet, y su nieto me pedía que acompañara al abuelo, hablaba bien con acento porteño y me invitó a la casa y me mostraba cosas había sido amigo de Gardel. Había sido uno de sus amigos. Una vez me desperté y estaba soñando que él estaba sentado en mi cama hablando conmigo.
-En aquellos años ¿fuiste tapa de El Gráfico? Cuando era palabra mayor.
-Fui tapa de El Grafico edición semanal, la tengo guardada. Fui al canal 7 a hacer una entrevista con Macaya Márquez, había jugado un buen partido, y estaba con unos amigos y veo en los quioscos colgada la revista. No lo podía creer.
UNA HISTORIA DE ARRABAL PARA ESCRIBIR UN LIBRO
Dice que no se quiere retirar ni jubilar “lo peor que hay es la desafectación”, sostiene y remarca que con 77 años tiene la misma pasión que en sus primeros años.
“Yo hoy con 77 años no duermo si en una competencia algo sale mal, me quedo pensando, ahora estoy entrenando a unas chicas de hockey y me lo tomo muy en serio, todos te dicen ´todo pasa y hay cosas más importantes´, pero la vida te hace competitivo cuando te crías dentro del deporte”.
“Tuve una vida muy linda pero con un costo muy caro que es la familia, porque no podes ver a tus hijos y nietos. En algún momento decidí venirme porque quiero disfrutar de esto, por eso yo le digo a todos ahora que lo importante es la familia”.
Y sus proyectos son “seguir aunque es difícil porque se cumplen ciclos, me gusta estar con gente amiga, pero sufro mucho al costado de la cancha y grito a veces me dicen para un poco, porque la pasión me lleva” (se ríe).
El recordado periodista Enrique Scande le sugirió la iniciativa de escribir un libro que nunca empezó y lamenta que hoy no lo convoquen para dar charlas “uno nunca es profeta en su tierra” dice con la sabiduría de un hombre que ha vivido y que toma las frases populares y las letras de tango como una sentencia inapelable de la vida.