Entre 2001 y 2002, cuando Argentina atravesaba una crisis económica y política, muchos elegían emigrar en búsqueda de mejores oportunidades y muy pocos apostaban por el país y generar nuevos emprendimientos. En ese entonces, Gustavo Mapelli tomó una decisión que parecía una locura: aunque tenía la ciudadanía italiana, se quedó e invirtió sus ahorros en un local gastronómico en pleno centro de Trenque Lauquen. Más de dos décadas después, Trezzo Café sigue abierto, convirtiéndose en un símbolo de nuestro pueblo.
«Tenía plata para irme, pero elegí quedarme e invertir», recuerda Mapelli sobre aquellos días turbulentos. «Veníamos del 2001 muy mal y tenía la ciudadanía italiana. Estaba pensando en emigrar hacia un futuro más prometedor, pero justo salió la posibilidad de alquilar este local».
La historia de Mapelli con la gastronomía comenzó casi por accidente. Había viajado a Mar del Plata para estudiar Psicología y luego Contador, pero ninguna de las dos carreras llegó a su fin. «La gastronomía arrancó un poco por necesidad», confiesa. «Mis viejos me bancaban, pero llegó un momento que si no estudiaba me tenía que volver, y yo me quería quedar».
Así empezó a trabajar en el rubro, en una época donde la profesión no tenía el prestigio actual. «Hoy hablás de chef, sommelier, barista. La gente estudia, se profesionaliza. En ese momento era algo que se aprendía como un oficio», explica.
Después de casi seis años en Mar del Plata, regresó a Trenque Lauquen con experiencia gastronómica. Había trabajado cinco años en El Faro y luego en La Anónima, en una sala de juegos que incluía un pelotero. Cuando apareció la oportunidad del local céntrico que había sido la confitería El Simón y luego el pub “Boulevard”, no lo dudó.
UN NOMBRE CON HISTORIA
El nombre Trezzo no fue elegido al azar. Durante la búsqueda de su ciudadanía italiana, Mapelli investigó el árbol genealógico familiar y descubrió que sus bisabuelos, Francesco y Luis Mapelli, provenían de un pueblito llamado Trezzo Sull’Adda, en la región de Lombardía, a 30 kilómetros de Milán.
«Un día sentados en la mesa decíamos, ¿cómo le ponemos? Porque estaba el local, estaban las ganas, estaba todo, pero nos faltaba el nombre. Bueno, empezamos con la familia, y por votación ganó Trezzo», rememora. Años más tarde tuvo la oportunidad de conocer el pueblo de sus ancestros, «un lugar chiquito» cerca de la hermosa ciudad de Bérgamo.
Lo que distingue a Trezzo de muchos otros emprendimientos gastronómicos es su formato extenso, casi en extinción. Abre a las 8 de la mañana y cierra cerca de las 2 de la madrugada. «Podés ir a tomar un café a las 8 de la mañana y quedarte hasta comerte una pizza a la medianoche», describe Mapelli.
«Hoy la gente se focaliza más en una actividad determinada. Si es merienda o desayuno, pizzería que abre solo a la tarde. Esto quedó el formato de lo que era la confitería de antes», explica con cierto orgullo por mantener viva una tradición.
El negocio fue mutando con los años. Al principio abría a las 6 de la mañana, y en algún momento los turnos se juntaban. «Eso se fue perdiendo porque Trenque Lauquen no es muy de la noche. Se corta muy tempranito», admite.
Trezzo arrancó como café, de ahí su nombre original «Trezzo Café», pero fue evolucionando hacia pizzería. Hoy, la pizza es su producto estrella, especialmente la Trezzo, una receta propia con palmito y salsa golf. Hace dos años incorporaron pasta fresca artesanal, que se convirtió en otro de los productos más vendidos.
LA FÓRMULA DEL ÉXITO
Cuando se le pregunta por el secreto de su longevidad en un rubro tan competitivo, Mapelli es contundente: «Yo creo que en muchas de las actividades es casi más importante la constancia y las ganas que le pongas a las cosas que lo bueno que sos. Estoy segurísimo que hay gente que hace las cosas mucho mejor que yo, pero por ahí no ha tenido la constancia».
Su filosofía es clara: prioriza la limpieza (cierra cada seis meses para hacer reformas profundas), la buena atención y productos simples pero bien hechos. «Hago cosas muy simples, pero que esas cosas siempre sean lo mejor que podemos sacar. Si es una pizza, que la hagamos lo mejor posible y en el menor tiempo posible».
El local, estratégicamente ubicado frente a la plaza municipal con grandes ventanales que le dan luminosidad (obra de Domingo Cuatraro en los años ’70), se convirtió en punto de encuentro de la ciudad. Todavía conserva las mesas de café de siempre, aunque reconoce que «esas mesas de café matutinas ya no son tantas como antes».
SOBREVIVIR A LAS CRISIS
Si hay algo que define la trayectoria de Mapelli es su capacidad de resistencia. En los primeros años de los 2000 estuvo casi cuatro meses sin trabajar y a punto de cerrar. «Una tarde nos reunimos con mi familia en el patio y dije: no sigo más. No había forma de seguir», recuerda.
Pero la pandemia fue aún peor. «Cayó un policía a las 12 del mediodía del 15 de marzo con un papelito: tienen que cerrar. Y no sabíamos si iba a ser un día o dos». En medio de ese cierre forzado, Mapelli se contagió de COVID y se le quemó una cámara llena de mercadería. «Me decía: no lo sigo más. Pensé en cerrarlo», admite.
Sin embargo, como en los 2000, decidió continuar. «Los empleados, uno o dos se fueron, pero los pude bancar por tener un ahorro. Fue terrible porque nadie te perdonó nada. Hace poco terminé de pagar una deuda que arrastraba de esa época con AFIP».
La post-pandemia trajo un boom: «La gente se dio cuenta de que estamos de paso. Entonces la gente quería disfrutar, salir, comerse una pizza, tomarse un café, irse de vacaciones con la familia».
LOS DESAFÍOS DEL PRESENTE
La actual situación económica presenta nuevos retos. «Cuando la plata sale de la calle, falta», sintetiza Mapelli sin tomar partido político. «Nos pasa a todos que tenés que recortar algo».
En el negocio se nota en los consumos: «Por ahí hay mesas que antes se tomaban la coca con la pizza, ahora van y se toman un cafecito con una medialuna. Si bien salen y consumen, van bajando».
También hubo momentos sin precios de referencia: «No sabías si las cosas que estabas pagando las estabas pagando bien, si estabas cobrando mucho o poco. Hoy está más estabilizado, justamente por la recesión».
Mapelli tiene además un círculo social de amistades de toda la vida que cultiva. Hace 30 años participa del asado de los miércoles. También le gusta el básquet y siempre apoya y colabora con algún equipo de ese deporte. Hace unos años con Giro Luaces habían impulsado Carapachay.
«Estoy agradecido a mi familia, que siempre me apoyó, y a la gente que siempre confió y que volvió», dice con humildad. «Yo en mi actividad trato de hacer lo más justo que puedo. Por ahí priorizo que mi negocio esté limpio, que la atención sea la mejor posible».
Hace poco tiempo cumplió años el local pero dice que su perfil es bajo y no le gustan los festejos ostentosos y las celebraciones ruidosas. Prefiere el trabajo silencioso, constante, el que día a día mantiene encendidas las luces de Trezzo desde las 8 de la mañana hasta pasada la medianoche.
En un país donde tantos eligieron irse, Gustavo Mapelli se quedó. Y convirtió esa decisión en un acto de resistencia que ya lleva más de dos décadas. Su receta no tiene secretos: constancia, calidad y la certeza de que, incluso en los peores momentos, siempre vale la pena apostar por lo que uno ama.
Gustavo Mapelli, la mano detrás de Trezzo Café un símbolo del centro de la ciudad
Hoy celebra años de constancia, calidad y pertenencia. De café a pizzería, de crisis a pandemia, Trezzo se convirtió en punto de encuentro local.

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