Panadería La Margarita: el sabor de una historia familiar que se amasa cada día

Un clásico trenquelauquense con más de 70 años de historia, sigue uniendo generaciones a través del sabor y la tradición.

En una esquina de Chaumeil al 600, frente a “El Refugio”, el aroma a medialunas recién horneadas y milhojas crujientes marca el pulso de las mañanas trenquelauquenses. Allí funciona Panadería La Margarita, un comercio con más de 70 años de historia que ha sabido unir generaciones a través del oficio, el sabor y la dedicación artesanal. Hoy, al frente del negocio está Bruno Lamas, nieto de Abel Persani y Elsa Torresilla, fundadores de la recordada panadería El Danubio.
“Crecí entre harina y madrugones”, cuenta Bruno, con la naturalidad de quien lleva el oficio en la sangre. “A los 19 me fui a España jurando que no iba a tocar más una bolsa de harina. Pero allá, entre baldes de cemento y andamios, me di cuenta que lo mío era esto. Volví, estudié pastelería y retomé el legado familiar”.
La historia de La Margarita es también la historia de Trenque Lauquen. Desde sus comienzos en calle Sarmiento, pasando por la esquina de San Martín y Presidente Yrigoyen, hasta su actual ubicación, el comercio ha sido testigo de los cambios urbanos y sociales de la ciudad. “Antes repartíamos galletas al campo, mi viejo salía con la camioneta cargada. Hoy, la dinámica es otra: trabajamos para el cliente que entra por la puerta, con productos frescos, hechos con recetas propias y sin premezclas”, explica Bruno.

La clave, dice, está en mantener la esencia: “La milhoja se hace igual que hace 60 años. Lo único que cambiamos fue el horno y la calidad de los ingredientes. Cocinamos como si fuera para nuestros hijos. Todo lo que sale de acá lo pueden comer ellos, y eso habla de cómo trabajamos”.
Además de pan y facturas, en La Margarita se ofrecen tortas, budines, masas finas y café al paso. “La gente pasa, se lleva dos medialunas y arranca el día. Es un ritual que nos conecta con lo cotidiano, con lo simple”, dice Bruno, que también encontró en el deporte una forma de equilibrar la exigencia del oficio. “Juego al pádel todos los días. Me detectaron diabetes hace cinco años y el médico me dijo: o te cuidás, o te inyectás. Elegí cuidarme”.
La panadería, como espacio de encuentro, también se adapta a los nuevos hábitos alimentarios. “Hay una tendencia a consumir menos harina, menos azúcar. Por eso sumamos pan lactal integral, productos con menos grasa. Pero el sabor, ese que te lleva a la infancia, sigue intacto”.
Con la ayuda de su madre —especialista en milhojas— y el aporte ocasional de su padre, Bruno sostiene un negocio que es mucho más que un comercio: es un símbolo de continuidad, de trabajo artesanal y de afecto compartido. “No quiero que dentro de 10 años pase por la vereda y no quiera entrar. Por eso lo hago con gusto, con tiempo, sin quemarme. La panadería es mi lugar, y también el de muchos vecinos que vienen desde hace décadas. Eso no tiene precio”.
En tiempos de cambios y ritmos acelerados, Panadería La Margarita sigue siendo ese rincón donde el pan se amasa con historia, y cada factura tiene el sabor de una tradición que no se rinde.

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