A lo largo de la historia de estas páginas hemos hablado de lo que significaron los viejos almacenes para la identidad del lugar. Nuestros pueblos cre
A lo largo de la historia de estas páginas hemos hablado de lo que significaron los viejos almacenes para la identidad del lugar. Nuestros pueblos crecieron y se desarrollaron sobre las pequeñas historias que aportaron estos comercios tan emblemáticos que son parte de nuestro pasado, que dejaron en nosotros recuerdos, anécdotas y vivencias de un Trenque Lauquen que ya no existe.
La historia del viejo Almacén Magrotti, es una de esas. Una que nos identifica, que nos contiene, que nos hace parte de una esquina tradicional que hoy volvió a abrir sus puertas pero como una casa de antigüedades, luego de muchos años de que ese edificio permaneciera cerrado, casi derruido como demostrando el paso del tiempo y abriendo el capítulo del olvido.
No es una historia fácil de contar, porque pasó más de un siglo desde que abrió sus puertas, porque pasó de manos en distintas generaciones, porque casi no quedan sobrevivientes de los que regentearon el lugar, y porque hay historias que siempre guardarán secretos propios. Los vecinos que se han dedicado a lo largo de su vida a contar las historias locales nunca escribieron líneas sobre la esquina de Monferrand y 25 de Mayo, que primero se llamó Almacén El Italiano y luego Almacén Magrotti.
Pienso en esta parábola como una historia de amor. Sí, la de Amadeo Magrotti y Regina Cicacci, que llegaron provenientes de Génova, Italia, en 1907 en barcos distintos con 17 y 12 años respectivamente y terminaron en la misma ciudad de la Argentina profunda de principios de siglo, viviendo en el mismo barrio y formando la familia que hoy nos ocupa.
Hay dos certificados que Carlos “Tano” Magrotti, nieto de Amadeo, conserva. Son los que tiene el Ministerio del Interior sobre el registro de los inmigrantes de aquellos años y se puede observar que Regina llegó el 2 de noviembre de 1907 en el buque Pampa “soltera, católica” señala el certificado. Tenía sólo 12 años. En tanto, el certificado de Amadeo es del 7 de diciembre y embarcado en el “Printz Adalbert” con 17 años “soltero, católico”. Es imposible saber si sus familias se habrían conocido en Génova, o cómo llegaron de manera paralela a Trenque Lauquen y terminaron en el mismo barrio, el que está delimitado en las calles Monferrand, Urquiza, Moreno y 25 de Mayo.
José María “Chino” Luppi, que también es nieto, le cuenta a este diario que cree que su abuelo llegó a Trenque Lauquen para trabajar en una explotación agropecuaria y aquí se quedó y formó la familia. Tuvieron 9 hijos: Luis, Elena, Irma, Dante, Roberto, Elda, Libia, Luisa y Juan Carlos. En los años prósperos del almacén tuvo recursos para propiciar la inmigración de un hermano, Antonio, a quien también ayudó para instalar otro almacén en una esquina de la calle Sarmiento, que también pasó a sus hijos pero hoy tampoco está abierta.
Según Luppi, hay registros de una escritura de 1912 en la que se señala que ese era un almacén de ramos generales. “Mucha gente de a pie, de paso, dormía en los galpones de atrás, se realizaban las pagas, la gente de campo cobraba ahí” recuerda hoy Luppi “yo era chico y le hacía los mandados a mi abuelo. Había despacho de bebidas, comercio y todo. Los empleados de las fábricas La Finaco y Halley salían a las 12 y se iban a tomar un aperitivo antes de ir a almorzar a sus casas” dice a OESTE BA.
Estamos parados en una playa de estacionamiento grande. El sol de julio casi no se siente, hace frío. “Chino” Luppi está de pie al lado de una reliquia del automovilismo. Conserva un Studebaker modelo 29 que era de su abuelo y en el que se hacían repartos del comercio. Lo remodeló a nuevo y está a punto de sacarlo a rodar nuevamente.
“Cuando faltó Amadeo –recuerda Luppi- se hizo cargo Dante, uno de los hermanos mayores que tenía una gran visión comercial pero murió joven, luego asumió Roberto y finalmente lo hizo Juan Carlos, el más chico que fue el que reflotó el negocio que estaba casi cerrado, lo puso de pie en colaboración con su hermana Elda”. El cierre del almacén llegó en 1981.
“Yo viví mucho tiempo ahí adentro porque era chico y hacía distintas tareas y me gustaba estar con mis tíos. Es una construcción de más de 100 años. Se vendía vino suelto que se llamaba la regalona, había un sótano grande que era como un depósito y levantábamos pedidos y vendíamos frutas y verduras”.
Historias
Ahora estamos en un taller artesanal de madera y marcos de cuadros. Es de Carlos Magrotti, pero le gusta estar rodeado de la historia, de lo que fue el almacén Magrotti, porque allí conserva algunos de sus carteles viejos y varios elementos, entre ellos botellas y las mantiene con la tierra y el polvo de los años. “No las limpio, sino no serían originales” dice.
El “Tano” es hijo de Juan Carlos, el último de los hijos de Amadeo que estuvo al frente y también tiene historias de chico en el lugar. “Había repuestos de farol y todo lo que necesitaba la gente, las familias del campo compraban todo ahí, estaban las bauleras para vender todo suelto. Tengo recuerdos de mi abuelo, siempre andaba con caramelos en el bolsillo y repartía para los chicos, siempre cerca de la esquina”.
“Me acuerdo de haber estado en el almacén y haber atendido. Nosotros ayudábamos a mi padre y mi madre, se vendían mechas de estufas, farolas, etc.”.
No hay casi fotos del almacén funcionado. Se cree que pudo haber abierto en 1912 y sí se sabe que cerró definitivamente en 1981. Primero se llamó El Italiano y luego Viejo Almacén Magrotti. Sus persianas bajas, sus paredes de ladrillo a la vista desgastados fueron un símbolo de ese sector de la ciudad, tanto que Néstor Martín le hizo un dibujo y el recordado Paco Aznárez eligió esa foto para la primera publicación del libro “El viejo Trenque Lauquen”.
Carlos “Tano” Magrotti cuenta la vida de su abuelo y la de sus hijos, Mariano y Nicolás, instalados recientemente en España “están haciendo la historia al revés, como mi abuelo pero ellos se fueron” otra historia que nace, un capítulo más para la parábola de los Magrott que alguna vez debía contarse y hacer el reconocimiento a los que bajaron de los barcos y contribuyeron con nuestra identidad de pueblo.