El Bar Quique de Trenque Lauquen es patrimonio histórico de la cultura de nuestro pueblo. Nadie sabe bien cómo sobrevivió a lo largo de los años y no
El Bar Quique de Trenque Lauquen es patrimonio histórico de la cultura de nuestro pueblo. Nadie sabe bien cómo sobrevivió a lo largo de los años y no sólo a su presencia contemporánea tal como lo conocemos hoy, sino a un siglo de historia al servicio de los parroquianos, como pausa para los viajantes en carretas, para los hombres a caballo o más acá en el tiempo para los jóvenes y hasta los millenials que se fueron a estudiar y volvieron a reencontrarse en una mesa bajo una luz gris, en un boliche que atravesó todos los tiempos y es parte de la identidad de nuestro pueblo.
Pocos saben que el que hoy conocemos como Bar Quique fue Bar La Estancia, y le perteneció al padre de los Indios Tacunau, de hecho fue su casa de nacimiento. Las viejas paredes asentadas en barro, se sostuvieron rodeadas de la por entonces laguna San José que ocupaba parte de este sector de la ciudad y atravesar su puerta de ingreso es un viaje al pasado. Después de su pertenencia a la familia Tacunau pasó a la familia Airoldi y luego a Enrique “Quique” Gobbi. Entre las tres etapas del boliche se pasó un siglo.
No es posible precisar la fecha de fundación ni creación del inmueble. Si se estima que son más de 100 años. Su interior es casi un museo para descubrir. En sus estanterías encontramos llaves, llaveros, mates, cuchillos, camisetas de fútbol, cuadros, murales y la lista es interminable que pasa por un yacaré embalsamado, hasta una máquina de coser medias de 80 años, un carburador del Ford T sin usar o una vitrola. Todo está ahí, sin clasificar y como recuerdo de mucha gente que pasó por el lugar y obsequió algún elemento.
Quique llegó de Entre Ríos hace 40 años. El pasado 1 de junio se cumplieron las 4 décadas. Por aquel entonces se dedicaba a la construcción y llegó de la mano de una empresa encargada de la construcción de pavimento que aquí quebró. Se quedó trabajando en la construcción de las salas velatorias de la Cooperativa de Electricidad cuando Airoldi le propuso hacerse cargo del bar, pactaron un período de prueba de 1 mes. Ya pasaron 37 años.
El oficio no era nuevo para Quique. Su padre había estado detrás del mostrador en un comercio similar en su provincia y de chico había estado dando una mano en el lugar. “Pero no es lo mismo ayudar que ser el responsable” aclara y remarca que la experiencia te va formando “te permite conocer a la gente, te da como una psicología casera, de la manera que entra una persona vos te das cuenta qué le pasa, qué quiere o a qué viene, a la gente la vas conociendo al paso y es raro que te equivoques” le dice a OESTE BA.
Quique aguarda bajo una lámpara tenue que cae por cable largo directo al centro de una de las mesas, en el rincón a la derecha del pool, para iniciar la entrevista. Suena la marcha de San Lorenzo de fondo, tocada por los Indios Tacunau, claro. Ese es su lugar, dice. Allí toma unos mates todas las tardecitas. Ya no abre muchas horas ni todos los días. A los 66 años y con la compañía silenciosa de una diabetes que lo tiene a mal traer, permanece allí un tiempo reducido el suficiente “como para resurgir” dice.
“Acá tengo este barcito y seguimos haciendo cultura con la música y lo que se puede. Hace 37 años que tengo este bary tratamos de conservarlo. Hasta que nos apriete el techo nos vamos a quedar acá”.
Durante los casi 40 años que regentea el bar Quique alquila el lugar “no es mío” aclara siempre. Si son suyas las piezas de su interior, la incalculable cantidad de objetivos en exposición permanente. “Con lo primero que arranqué fue una serie de llaves que me dejó Airoldi”
Entre los elementos destacados encontramos un disco que le regaló Germán Lauro y Carlos Llera luego de la competencia en Hungría, la camiseta de Boca con la que debutó Jopito Alvarez, una paleta de pádel que le regaló Tamame después de ganar un mundial, un cuadro firmado por el Gurí Martínez, un carburador de Ford A y T; fotos dentro del local las leyendas del automovismo José María Traverso y del boxeo Martín Látigo Coggi, láminas originales de Molina Campo, murales pintados por Campodónico, y obviamente varios artículos que le pertenecieron a los Indios Tacunau.
En el año 2003 y por iniciativa de Quique y los hermanos Omar y Roberto Pedretti, se inauguró un monolito en la rambla de la esquina de 9 de Julio y Vignau en homenaje a los músicos locales que ya son leyenda.
Identidad de pueblo
El bar es parte de la identidad de Trenque Lauquen, es una visita frecuente de ocasionales turistas a la ciudad que quieren conoce el viejo bodegón “aquí sacaron una foto que luego se instaló en la Terminal y el libro Historias sobre pulperías nos incluyó. Su autor no podía creer que yo no le cobraba por aparecer en el libro”.
“Los jóvenes siempre se sintieron muy bien muchos siguen viniendo, hay chicos que tienen 40 años, que venían de chicos, me acuerdo el día que se fueron a estudiar y cuando volvieron, hoy algunos vienen todavía”.
Pero esencialmente es un lugar de parada de lo que denominamos el parroquiano, el hombre que se hace una escapada tras la jornada laboral, que se encuentra con sus pares, toma una cerveza, juega al truco o mira televisión y se marcha para su casa.
“Hay gente que lleva el boliche adentro, le gusta. La cerveza la puede tomar en la casa pero le gusta jugar a las cartas, al pool; charlar con los amigos, incluso acá salen trabajos para hacer”. Durante la charla Quique quiere desmitificar cierta leyenda urbana sobre los bares “el que no sabe lo que es no le gusta, piensa que es un lugar de borrachos, de pelea y esas cosas, pero el que lo conoce sabe que no es así. Mirá el que hace problemas lo hará en la cancha de fútbol, en el bar y hasta en la iglesia”.
Pero la gente ya no se encuentra tanto en boliches y bares como años atrás. El entrevistado tiene al teoría que eso ocurre “por la computadora y el nuevo estilo de vida de la gente” que tiene varias opciones a lo largo de la jornada.
El bar, dice Gobbi, “tiene que ver con la cultura popular” un lugar “de esparcimiento, donde los que vienen hablan de fútbol, carreras de caballo y boxeo” predominantemente y poco de política y religión “son temas que dividen entonces se evitan”. Se puede comer algún sándwich de milanesa o fiambre, jugar un truco, una partida al mus o al pool y las puertas se cierran temprano.
“Es mi trabajo, mi salida laboral, mi vida. Es mi distracción, no lo cerré porque me gusta, me siento acá abajo a tomar mate y revivo como a otros le gustan las carreras de caballo o andar en camión. Esto es mi vida” dice el entrevistado que no tiene herederos le ha dedicado su vida a esta pieza de la historia lugareña.
A pesar de sus paredes asentadas en barro, de sobrevivir un siglo y de contener centenares de piezas museológicas y de la cultura popular, el lugar nunca fue declarado patrimonio histórico. Si hubo una avanzada para concretarlo hace unos años atrás, pero finalmente se decidió no hacerlo “porque una vez que se lo declara así no podes tocar ni mover nada” y Quique le gusta que sea una reliquia en constante transformación.
Cuando se le pregunta qué sucederá en el futuro, aclara que la familia propietaria lo alquilará a otra persona cuando él ya no esté o decidirá sobre la suerte del inmueble. Por su parte, sabe que permanecerá esquivando las sillas y las mesas para servir una copa o una picada a sus clientes, alcanzar unas cartas o subir la música, al servicio de quienes todos los días alimentan una historia sin fin que entrelaza la cultura popular, la tradición, y una costumbre que se aferra con fuerza para no ser arrastrada por el paso de los años y los cambios de hábito que amenazan con convertir en pieza de museo este reducto que es ya patrimonio histórico de los trenquelauquenses.