Feria del usado de Sarmiento: donde todos se dan una mano

Feria del usado de Sarmiento: donde todos se dan una mano

Elsa Zugnoni tiene 57 años y una vida de lucha. No le van a andar explicando a esta señora cómo es no bajar los brazos, por eso con el invierno en la

Elsa Zugnoni tiene 57 años y una vida de lucha. No le van a andar explicando a esta señora cómo es no bajar los brazos, por eso con el invierno en la puerta y con la misión de “parar la olla” pone a la venta unos calzados de niño que le quedaron de una época de regalería y bolsas de pan rallado. El pan se lo regala un supermercado local del día anterior; ella lo ralla y lo embolsa. Como el único costo es la mano de obra lo vende barato y así le da una mano a sus vecinos también.

La de Elsa es una de las decenas de historias que conviven un domingo frío en el salón del Club Sarmiento de Trenque Lauquen. Hoy hay feria, y entonces el movimiento es intenso desde la mañana hasta la tarde. Todos los que exponen allí van en busca un peso que sume a la economía familiar para comer o pagar las tarifas. Muchos tienen empleo, informal, pero no llegan a fin de mes entonces acuden vendiendo la ropa usada de sus hijos, de sus parientes, de los vecinos o lo que puedan elaborar. Allí establecen un ámbito de negocio, de intercambio en algunos productos y de amistad y solidaridad, porque esta cultura del rebusque mueve un sentido más colectivo que individual. Todos saben que se están dando una mano mutuamente.

En los últimos tiempos, y a instancias de la crisis económica proliferaron las ferias de garaje, ferias americanas y encuentros de canje y trueque. A través de las plataformas virtuales como Facebook o Instagram y en locales determinados. El caso de Sarmiento es una propuesta más organizativa, la entidad cede un salón, cobra un pequeño canon, hay servicio de cantina, música, un espacio de encuentro que nuclea a los feriantes.

“Vendemos para sobrevivir” dice Elsa que también va los sábados a Eco Fines. Tres de sus 4 hijos viven en su casa con sus familias porque no pueden alquilar así que subdividen el inmueble. “Nunca trabajé tanto en la vida como en este momento, ni en la época de las inundaciones estuvimos tan mal. Vivimos emponchados prendemos el calefactor de noche y cuando ya no se puede más”, le dice a OESTE BA.

Norma Giménez y Claudia Barrios, son vecinas del barrio Los Robles, y empujadas por la situación económica decidieron poner a la venta la ropa que ya no usaban. “A nosotros nos permite tener un ingreso y a la gente le damos una mano porque la vendemos muy barata, fíjate que esta campera de cuero la vendemos a 100 pesos. Acá te sorprende la situación de la gente, muchos vienen y la están pasando mal”.

Irma Araujo (51) también tiene la venta su ropa y los de los parientes cercanos. “Con lo que recaudamos nos permite afrontar la situación, es una ayuda para las dos partes, si venís a una feria tenés que vender barato, no más de 100 pesos”. Trabaja en el servicio doméstico “pero es necesario hacer algo más porque no alcanza. Hoy estamos todos en la misma situación, nadie viene acá porque le gusta o a mirar, todos venimos porque lo necesitamos la situación es muy brava”.

Fernanda Ledo, llegó el domingo empujada por su amiga Andrea Aguilera, “es la primera vez que vengo, soy madre soltera, tengo dos trabajos y no me alcanza, por eso toda la ropa que no usaba decidí ponerla acá. Antes trabaja en un supermercado y después se me hizo muy difícil encontrar otro tipo de trabajo, no queda otra que hacer este tipo de cosas para generar ingresos”.

Ambas amigas dicen que después de los 40 y con hijos chicos es muy difícil conseguir un trabajo estable. “Vendemos ropa usada para poder hacer un peso más. Tengo tres hijos y un solo sueldo en mi casa, el de mi marido” sostiene Andrea que hace tiempo es una de las feriantes fijas del Club “nadie quiere contratar a una mamá de 45 años con hijos chicos entonces tenemos que salir a hacer estas cosas, probé con la comida pero no me resultó así que ahora estoy con la ropa. Acá hay un ambiente lindo y familiar, nos conocemos todos y siempre un peso te llevás”.

Ana Miraz, cuida a una abuela de lunes a sábado, y el domingo se va a la feria. “Tengo trabajo pero como el dinero no alcanza ni para comer, entonces tengo que hacer las ferias” dice la mujer que vende ropa y artículos de bazar, que son suyos, pero ahora están a la venta. “Hoy vendí una lámpara” dice.

“Estoy casada y tengo un hijo estudiando. Mi marido es remisero así que vivimos al día. Aún no pude hacer la conexión de gas y tengo que comprar las garrafas, 350 pesos me cobraron ayer, la que uso con la pantalla la prendo muy justo. Hace un año que vengo, y hemos visto como se ha ido deteriorando la situación, no hay un peso, ahora tenés que vender muy barato o no vendes”.

Doris Riquelme pide una foto para sus alfajores de maicena. Los elabora ella misma, junto a una pasta flora y tortas de distintos sabores. Las cocina en el horno pizzero que le presta una amiga “hay que hacer de todo un poco, tengo un trabajo como contratada por 4 meses en la Municipalidad, soy sola con 3 hijos, la mano viene fea. La luz, el gas, todo es difícil. Vendo tortas y budines por el Facebook, y para el día del padre voy a hacer una picada”, anuncia.

Yanina Guahru, hace la tarea de matemáticas junto a su hija y vende ropa usada de la niña; Karen Folco (24) también con su pequeña bebé vende artículos con tela reciclada; Lorena Policelli y Agustina Torrres también venden ropa, trabajan “por hora” en la semana y el domingo se meten en el mundo de la feria; Flor Urbaneja y Brenda Herrera son dos jóvenes que también dan los primeros pasos y Gabriel Acosta un carpintero que fue a probar suerte con sus creaciones, algunas de las historias que también conviven en el salón del Club y que contaron para este diario.

Silvia Reyes es la presidenta del Club “acá viene gente que expone y vende cosas usadas porque la está pasando mal en este momento, que no llega a fin de mes. Algunas historias son muy tristes y dolorosas, nosotros tampoco cobramos el canon a familias que sabemos cómo viene la situación, mucha gente viene acá a vender porque no tienen qué comer entonces no le podemos sacar lo poco que venden”. Sarmiento “es un club de barrio y nos tenemos que poner a la altura de la gente”.

La gente entra y sale en búsqueda de un artículo barato, ropa para los chicos, para la escuela, zapatillas o lo que fuera. De los dos lados del tablón se están dando una mano. Compran a bajo costo y venden para aportar a la economía doméstica en tiempos de economía en retroceso, un vínculo que es más que una transacción económica es una mano estrechada, un gesto de solidaridad.