OPINIÓN. Quiero un país normal

En una carta abierta al Presidente de la Nación, Paso reflexiona sobre la ética política, la responsabilidad institucional y el respeto en la comunicación pública.

Por: Ricardo Eduardo Paso
Ex concejal. Ex Presidente de la UCR

Sr. Presidente de la Nación

Si algo aprendí y atesoré de mis mayores y pares, luego de largas noches de discusiones partidarias y multipartidarias, es aquella consigna que indica, que un político que conoce a su elector jamás se exhibe. Establece con él, desde su origen, lo que podría llamarse un pacto de fidelidades: fidelidad a la propia conciencia; fidelidad a los principios democráticos; fidelidad a los principios éticos; fidelidad a las propuestas realizadas durante las campañas proselitistas y fidelidad con el decoro.
Por eso, creo que ante esa avidez de respuesta que a diario va teniendo el elector, como consecuencia de esa información que circula en forma permanente por los distintos canales con que se alimenta esta sociedad líquida, no corresponde saciarla con el escándalo, el insulto o el grito, sino mediante la comunicación honesta y sincera; no se la aplaca con golpes de efecto sino con la narración genuina de cada hecho que resulte de interés para el ciudadano, pues quien no lleva adelante esa práctica puede ser tildado de populistas.
Al elector no se lo distrae con fuegos de artificio o con denuncias estrepitosas que se desvanecen al día siguiente, como las que circulan por las redes y usted señor presidente en muchos casos las hace propias, sino que se lo respeta con la información precisa y con actos y conductas acordes con el cargo que usted detenta. Cada vez que un político arroja leña en el fuego fatuo del escándalo -festejado por periodistas militantes o los que se encuentran cooptados por el poder-, está apagando con cenizas el fuego genuino de la democracia y el interés del ciudadano por el sistema.
En un contexto como el actual, con gobernantes de las potencias, que lenta pero decididamente nos están forzando a una Tercera Guerra Mundial, tal vez ocuparnos y preocuparnos por la forma en que usted señor presidente se refiere a los opositores, a los periodistas, a los que en algún aspecto no piensan como usted o no le siguen el juego, puede para algunos e incluso para usted parecer un exceso, apreciación que obviamente no comparto señor presidente, en razón que es por ese canal donde se ingresa al teatro negro -en el que han participado muchos políticos de distintos signos- que de apoco va dejando vacío el sistema democrático, sobre todo porque el ciudadano arto, por el desencanto que causa la falta de sinceridad, pierde el interés en elegir a quienes deberían transformarse en sus genuinos representantes.
No es casual que nos encontremos preocupados por la crisis ética de nuestra dirigencia, por ese permanente empleo de declaraciones falsas o ciertas que facilitan equívocos pocos inocentes o deliberados, manipulaciones venenosas que le dan a la comunicación la magnitud de un arma mortal. Citas que merecen entero crédito por el solo hecho de quien emanan y que en realidad no existen o no son fidedignas, o la de supuestos observadores que todo lo saben y que nadie ve, amparan toda clase de agravios impunes, porque se atrincheran en la impunidad que les otorga el hecho de ser la voz oficial, voz que, en esas condiciones atentan contra el sistema democrático y la credibilidad en los funcionarios que lo gestionan. Y el hecho que dicho mecanismo haya sido utilizada por alguno de sus antecesores, por supuesto, no justifica su reiteración.
Una de las peores afrentas a la inteligencia humana y a nuestra forma de vida, es que sigamos siendo incapaces de construir una sociedad fundada por igual en la libertad y en la justicia, nos enseñaba hace unas décadas el destacado periodista Tomás Eloy Martínez. Agregando: “No me resigno a que se hable de libertad afirmando que para tenerla debemos sacrificar la justicia, ni que se prometa justicia admitiendo que para alcanzarla hay que amordazar la libertad. El hombre, que ha encontrado respuesta para los más complejos enigmas de la naturaleza no puede fracasar ante ese problema de sentido común”. Y parece que gran parte de nuestros políticos, y en particular usted señor presidente, obstinadamente pretende que se opte o directamente que se las ignore, a pesar que grita a los cuatro vientos “viva la libertad carajo”.
Es por todo ello, señor presidente, si pretende ser considerado conforme su investidura -más allá de las ideologías- por la gran mayoría del pueblo argentino, tendría que comenzar a dirigirse con mayor respeto a sus opositores, a los periodistas, a quienes no comparten sus ideas, porque estoy convencido que somos muchos los que pretendemos vivir en un país normal, exento de aquellas figuras estrafalarias que de una manera u otra nos marcan como ciudadanos, nos marcan como pertenecientes a un país conflictivo en el que resulta incómodo vivir; necesitamos que atempere sus emociones, su forma de comunicar, su manera de mostrarse, queremos simplemente contar con un gobernante normal, que se ocupe con justicia y libertad llevar adelante a nuestra querida República Argentina.

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