Alberto Kovasky sostiene en sus manos una foto amarillenta en las que se ve un sendero de árboles que se pierden en el horizonte, y luego muestra otra
Alberto Kovasky sostiene en sus manos una foto amarillenta en las que se ve un sendero de árboles que se pierden en el horizonte, y luego muestra otra en la que esas plantas se convirtieron en escuálidas ramas secas que sobresalen en un paisaje de agua que es un espejo que el sol ilumina a lo lejos. Son dos fotos en distinto tiempo de un mismo lugar, el acceso a Don Ramón, una estancia de mil hectáreas en la rica zona del noroeste bonaerense en la que este hombre que hoy tiene 72 años regenteaba el tambo más moderno de la provincia, según dicen, hasta que la inundación lo borró del mapa.
Literalmente Don Ramón no existe más. Sucumbe en el fondo de la laguna El Hinojo – Las Tunas, que es ahora una de las lagunas más ricas del noroeste de la provincia. Un complejo lacunar en el que se pesca el mejor pejerrey donde antes había pasturas y vacas. El agua tapó los alambrados, los tambos y los caminos, pero también las historias de familias enteras que nacieron y vivieron toda la vida en ese lugar, y de pronto se quedaron sin nada. La gran herida abierta de nuestra región.
A 32 años de la catástrofe climática más devastadora para Trenque Lauquen y la región, OESTE BA reunió a tres viejos productores de esa zona que perdieron todo, pero todo. Que tuvieron que volver a empezar como pudieron y son ejemplos de lo que hoy denominamos resiliencia.
Claro que en 1987 ese concepto no estaba de moda y nadie lo conocía. Tampoco aquí en la pampa húmeda nadie sabía del agua, de la inundación ni de la sobrevivencia en términos extremos. Estos hombres que hoy tienen entre 68 y 72 años, pasaron de ordeñar vacas y manejar tractores a evacuar su familia en una lancha; a enganchar herramientas en un helicóptero para poder sacarlas y conocieron el lado más cruel del Estado que nunca les pagó un peso, pero también el lado más cruel de muchos que en la madrugada y en las sombras les saquearon sus pertenencias, desarmaron galpones y viviendas y les robaron todo lo que habían tenido que dejar.
Alberto Kovasky, Néstor Pietrobelli y Horacio Fruccio rememoraron los días de la inundación y cómo vivieron los 32 años siguientes. En el principio, Kovasky remarcó que “no se hablaba del agua, nunca pensamos que esto iba a pasar” pero un día tuvieron que dejar todo “el golpe fue muy fuerte, con la producción en marcha, viviendo de tu trabajo y de pronto no contás más con eso, es como sacarte la lotería al revés, el que se saca la lotería hoy se compra un campo, a nosotros nos lo sacaron de un día para otro”.
Los abuelos de Néstor Pietrobelli llegaron de Italia para trabajar la tierra y obtuvieron unas 200 hectáreas cerca de Beruti, que pasaron luego de generación en generación. “Crecí en la zona rural, fui a la escuela de campo, recuerdo el tambo manual”, pero estudió ingeniería y se marchó al sur a hacer rutas, hasta el que llamado de su padre por una afección de salud lo hizo volver a Trenque Lauquen, un par de años antes de la inundación. “No fue un proceso lento, se inundó todo de golpe”.
Los Fruccio también se criaron en el campo, en el San Roque de unas 170 hectáreas “cuando nos hicimos cargo del campo con mi hermano mi padre nos aconsejó no hiciéramos tambo, entonces empezamos con la cría de ganado, no duramos mucho, la inundación nos sacó todo”. De a puro remataron las vacas y compraron un camión y unas máquinas para hacer trabajos como contratistas “de un día para el otro nos quedamos sin nada”.
Recuerdan que fue en marzo. Un mes muy llovedor, en una semana se estima que llovieron 1000 milímetros “nos dio muy poco tiempo, estaban todos los canales apuntando para la zona, a las 48 horas estábamos sacando las vacas” recuerda Kovasky. “Estuvimos 7 días encerrados en el campo sin poder salir y no teníamos provisiones, se había roto el terraplén. Saqué a mi señora y los chicos en lancha, estaba consciente que no íbamos a volver”. Tenía 180 vacas en ordeñe y entonces despegó un avión desde la ruta inundada y aterrizó en La Pampa donde consiguió un tambo que recibió los animales y sus trabajadores. “Siempre supe que no volvíamos”.
Pietrobelli remató las vacas y lo recaudado lo destinó a la atención de su padre que estaba muy enfermo. Como muchos viejos productores de esa zona, murieron poco después. La inundación terminó con todo. “Sacamos lo que pudimos y me dediqué a mi profesión aunque pensé que íbamos a poder regresar, que íbamos a estar mejor, pero el agua no bajaba y no bajó más. Con el tiempo lo aceptás, aunque te da bronca lo que pasó”.
Poder salir
Hay un dato quizás pocas veces contado, pero que surge en la charla. La evacuación fue muy rápida, como se pudo. Muchas cosas quedaron, elementos personales, recuerdos, afectos. El saqueo y el robo estuvo a la orden del día.
“Un helicóptero Súper Puma levantaba las herramientas de los campos para poder sacarlas, formamos un equipo de trabajo y ayudábamos enganchando los cables de acero. Muchas cosas no pudimos sacar y muchas cosas nos robaron y nos rompieron”.
Kovasky muestra fotos de cómo salió del campo inundado en una lancha con su familia y las pocas pertenencias que entraban en la embarcación “levantamos muebles con ladrillos a la espera que el agua bajara, pero el agua tapó un metro de la casa. No se puede evacuar un campo en 48 horas en una lancha, primero sacamos las vacas y las herramientas y no hubo más tiempo. Con el tiempo robaron y rompieron todo, hubo un saqueo de tirantes, pisos, herramientas, es doloroso contar esto, pero pasó”.
Fruccio dice que a ellos el agua les cambió la vida. “Teníamos un trabajo en el campo, animales y proyectos y de un día para otro tuvimos que salir a hacer otras cosas”. Con el tiempo comenzaron a explotar la pesca comercial “es increíble que desde la puerta de mi casa se puede tirar la caña. Hoy ya no estamos nosotros, estamos los más jóvenes a cargo de eso”
La solución administrativa y económica no llegó para nadie. Sí hubo juicios resueltos y pagos por expropiación en casos particulares. Se cree que son unos 30 vecinos los que aún no resolvieron la expropiación y serían unas 8 mil hectáreas. “Se perdieron dos grandes oportunidades en 1987 y el año pasado cuando se hicieron dos intentos serios para pagar la expropiación pero las dos veces la crisis económica motivó que los recursos fueran a rentas generales y se vaciaran las partidas destinadas a este fin”.
Pietrobelli asegura que no quiere la compensación económica “yo ya no quiero que expropien nada, yo lo que quiero es que no me jodan más, son muchos años, hace 32 años que estamos dando vueltas”.
Fruccio es un caso único de un inundado que perdió el juicio contra el Estado que lo inundó con sus decisiones de manejo hídrico, y Kovasky cobró una indemnización por el 30% afectado porque quedó dentro del primer plan de expropiación.
“Fue un golpe muy duro, perdimos todo de repente pero logramos sobreponernos con trabajo y esfuerzo. El que se quedó, perdió” dice Kovasky.
El Hinojo – Las Tunas aparece en las revistas de pesca como un oasis imperdible para los fines de semana, un lugar de aventuras y diversión asegurada. En el fondo de esas aguas, yacen en silencio las historias de lucha y trabajo de decenas de familias que vivían y trabajan allí, hasta que un día el agua tapó todo.