Al igual que muchos de los pueblos que integran el partido de Carlos Casares, Smith es el ocaso de lo que supo ser en otras épocas. Y no sólo porque aquella localidad originalmente ferroviaria hoy tiene sólo un 10% de la población que hace 90 años, sino porque entre los 500 habitantes que quedan en la zona sólo unos pocos no están tapados por agua.
A Smith lo separan unos 37 kilómetros de la ciudad cabecera, pero la distancia no ha evitado que el puñado de vecinos que sufre hoy los efectos de las inundaciones se hiciera escuchar. Muchos de ellos, días atrás, fueron los que estuvieron en la plaza central reclamando respuestas al intendente Daniel Stadnik.
Y puede que el municipio argumente que ya se ha hecho bastante, o que el problema no es tan grave, pero eso no resiste archivo. Las imágenes y testimonios que recabó el medio local Casares Online ilustran con claridad cuál es la cotidianidad de los vecinos de la zona, que hoy viven actividades tan cotidianas, como ir al trabajo, llevar a los chicos a la escuela, visitar el campo y mover la producción, como verdaderas aventuras.
Es el caso de Jorge Osvaldo González, por ejemplo, que hace 32 años que trabaja como tractorista. A Jorge, que vive en el casco urbano, le toca viajar en moto a diario por caminos intransitables para llegar a su lugar de trabajo, a riesgo de sufrir accidentes o de perder su vehículo.
Ante tanta desidia, el trabajador no puede más que preguntarse “¿dónde está la plata de los impuestos?”, porque aún en períodos de sequía nadie ha hecho nada para que esos caminos no cedan en épocas de lluvias.
Para el laburante, la situación es crítica. “Está todo parado, corre en riesgo nuestro trabajo y las familias de los campos no pueden salir”, lamentó el tractorista. Sin ir más lejos, otra de las vecinas entrevistada por Casares Online también relata cómo su sobrina, que había elegido vivir en el campo, tuvo que mudarse momentáneamente con su familia hasta que pase esta emergencia.
Hasta que pase. Sola. Porque sin proyectos y sin inversión en infraestructura, donde antes había caminos de tierra hoy hay pequeñas lagunas. Muchas de ellas, en las que ya nadan los patos, son imposibles de atravesar aún con tractores o camionetas.
Es paradójico, pero a los vecinos de Esperanza, a pocos kilómetros de Smith, ya ni siquiera les queda eso. Para visitar sus campos muchos productores de la zona deben pedir permiso a otros y hacerlo por dentro. “Hace 40 años que no puedo pasar por el camino por el que debería”, señaló Haroldo, que recuerda la terrible inundación que vivió la provincia en el año 87, y de la que aún hoy se ven los efectos.
Y no se trata sólo de producir, trabajar o ir al colegio, sino que en la falta de una red vial digna también se juega la salud de la gente. “En una emergencia, se tarda más del doble en llegar a donde uno quiere. Y si llovió mucho, no se sale”, explica Alejandro, un trabajador rural al que hoy puede llevarle casi 3 horas llegar a la ciudad cabecera, cuando antes lo hacía en 45 minutos.
Eso explica, entonces, por qué algunas familias han abandonado la zona hace tiempo y siembra dudas sobre cuándo toda esa gente recuperará su normalidad, aquella a la que se acostumbran mientras no hay lluvias. El mismo Alejandro señala que hace 2 meses que debe buscar vías alternativas para llegar al campo donde trabaja. Y así como él hay muchos más.
Los que resisten son los que se niegan a que sus ideas y reclamos sean tapados por el agua. Por eso se reúnen en la plaza, alzan la voz y piden responsabilidad a los políticos, porque saben que Smith no volverá a ser el pueblo que fue el siglo pasado, pero sí un lugar digno para producir, trabajar y vivir.
Nota y foto gentileza Bichos de Campo