“Un cuerpo muerto no sangra”, de Andreína D’Ambruoso Duffau, está inspirada en el suicidio de un familiar. Nota publicada en el diario La Nación.
“Un cuerpo muerto no sangra”, de Andreína D’Ambruoso Duffau, está inspirada en el suicidio de un familiar. Nota publicada en el diario La Nación.
Se anunció esta semana la novela ganadora del Premio Luis Chitarroni convocado por la editorial La Bestia Equilátera (LBE): Un cuerpo muerto no sangra, de Andreína D’Ambruoso Duffau (Trenque Lauquen, 1990). Al certamen se habían presentado casi setecientas novelas y las nueve finalistas fueron anunciadas semanas atrás. El premio consiste en la publicación de la novela; este año, los jurados fueron Natalia Meta, Diego D’Onofrio, Pedro Chitarroni y Julieta Habif.
En 2023, había sido premiada Un instante en la oscuridad, de la española Gemma Urraka; por esa novela, D’Ambrouso Duffau conoció la editorial. “Luego, me enteré de la nueva convocatoria y me ilusioné con que me publiquen”, revela la autora, que pertenece a una familia de músicos e incluso grabó un disco de “spirituals” con Pablo Barrenengoa (su pareja) que se puede escuchar en Spotify. Es diseñadora de interiores y se dedica a hacer renders.
Publicó su primer libro, Hasta que la vida los separe, en 2023. Entre el relato en primera persona, los poemas de su abuela y las cartas a su madre, tejió la historia de amor y desamor de sus abuelos uruguayos, atravesados por la dictadura militar (”Más que nada lo hice para que lo leyeran mis familiares”, comenta). En agosto de 2023 comenzó a asistir al taller de escritura de Santiago Craig, donde se forjó Un cuerpo muerto no sangra, que transcurre en Trenque Lauquen.
“La novela trata sobre el recorrido que hace la narradora en la búsqueda de la causa del suicidio de su tío -dice a LA NACION-. Un recorrido que la lleva al pasado, a su infancia en el campo y el pueblo. El relato de mi tío empezó con una carilla a los pocos días de que se suicidó. No más. Después empecé el taller con Santiago, al que le estoy agradecida por su generosidad a la hora de guiarnos en la escritura, y como había que llevar textos empecé a escribir sobre cosas de mi infancia y del campo. Empecé a llevar cosas sueltas y una compañera me dijo que todo era parte del mismo universo, que tenía que hacer algo con todo eso, algo que algo hilvanara esas historias”. Sus compañeros del taller, Craig y Fernanda Sabbatini, docente en El Cuaderno Azul, le insistieron en que debía concursar.
“El suicidio siempre me pareció un tema intrigante -agrega-. No saber bien qué pasa por la cabeza de alguien que toma esa decisión genera cierta incomodidad que no me pasa por el costado. Escribir sobre suicidio es escribir un listado interminable de preguntas que no tienen respuestas y como fui criada por dos padres ateos siento que no tener algunas respuestas es algo a lo que estoy acostumbrada”.
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Su relación con la escritura proviene del ámbito familiar. “Me crie en una casa con dos muebles muy grandes: un piano y una biblioteca -cuenta-. En casa siempre se leyó, y se escuchó y se hizo música. Es algo que les tengo que agradecer a mis padres. Nunca nos obligaron a leer ni a tocar un instrumento, pero estaban ahí y uno se los chocaba. Además, era una época donde no había internet ni mucha televisión y en el medio del campo tampoco había muchos amigos. Así que no quedaba otra que matar el tiempo con lo que estaba al alcance y lo que estaba al alcance era eso. También pasaba que mi papá nos contaba cuentos de Oscar Wilde, así de memoria, y eso de alguna manera hacía que se despierte un interés por leer. El cuento siempre nos llega contado. La lectura es posterior”.
A la escritura también accedió en la infancia. “Que me contaran un cuento me daban ganas de leer, y leer me daban ganas de escribir -resume-. Como en casa había mucha literatura norteamericana e inglesa, y también me había fanatizado con leer novelas de terror yanquis para adolescentes, las cosas que escribía tenían el tono de las traducciones y nadie se llamaba Héctor o Susana, los personajes eran John, Wendy, nombres así. También usé la escritura para hacer catarsis. Más de adolescente escribía lo que pensaba o sentía. Una escritura personal. De ahí sale un poco esta novela. Cuando se suicida mi tío, lo que me salió fue escribir sobre él. Describirlo, contar lo que había pasado. En ese momento me salió así. Ahora pienso que tal vez lo hice para mantenerlo vivo un tiempo más”.
La autora reivindica los talleres de escritura. “Solo tengo cosas buenas para decir -afirma-. Me tocaron compañeros súper generosos a la hora de hacer devoluciones. En realidad, dejaron de ser compañeros y se transformaron en amigos. Santiago, que coordina el grupo, sabe transmitir sus conocimientos, hace devoluciones con mucho cuidado, rescata lo bueno de cada texto y nunca se pone en un escalón más arriba, se siente como un par y eso para mí es invaluable”.
“Veo mucha predisposición de algunas editoriales cuando uno les manda un manuscrito, tal vez no tienen tiempo de leer todo, pero en general me han contestado muy respetuosamente -concluye-. También la cantidad de concursos que hay me parece algo positivo para darles lugar a quienes no somos conocidos”. Ella se ganó el suyo en el un “certamen bestial”.
Nota y foto La Nación