Debates urbanos: ¿por qué la vuelta al perro de los fines de semana se trasladó al acceso?

Un dato urbano que no es sólo nuestro, sino también de otras ciudades del interior, el paseo dominical y la tradicional “vuelta al perro” cambia de lugar.

Las ciudades son organismos vivos, dicen los arquitectos, que van cambiando todo el tiempo y asumiendo nuevos usos y costumbres. Un dato urbano que no es sólo nuestro, sino también de otras ciudades del interior, tiene que ver con la apropiación del acceso como un lugar de paseo dominical para la tradicional “vuelta al perro” relegando muchas veces a parques, plazas o avenidas céntricas.
Entonces podemos ver en el acceso García Salinas un paisaje que no deja de sorprender porque es espontáneo. Vecinos de todas las edades y clases sociales. Algunos con reposeras en las explanadas de las empresas cerradas los fines de semana, con el mate en la mano y hasta algunos chicos juegan a la pelota en las veredas de césped. Autos estacionados en lugares que no son sencillos cerca de unos desagües a cielo abierto incómodos. Jóvenes, adultos, niños. Todos comparten una tarde en un lugar que no fue creado con ese fin.
El fenómeno no es sólo de Trenque Lauquen y también se extiende algunas veces a las banquinas cerca de las rutas. ¿Por qué pasa esto? Con la intención de generar un debate o una reflexión en voz alta, este diario cursó la invitación a algunos estudiosos del comportamiento urbano y de la ciudad, para aportar sus opiniones.
El arquitecto urbanista Jorge Prieto, respondió: “Es claramente un fenómeno disruptivo de sociología urbana, la ciudad tiene en su diseño lugares naturales de encuentro, plazas, parques etc. el espacio público en general. La pregunta es, cuál es el atractivo para tanta convocatoria espontánea que se ve en varias ciudades, el encuentro entre un espacio pasivo, el del espectador, ¿con uno muy dinámico, el de los transeúntes? tal vez, ver gente pasar, imaginar sus destinos o el deseo de ser uno de ellos” sostuvo el arquitecto.
Siguió: “Estas opciones de bajo costo no las ofrece la ciudad en su interior y si a esto le agregamos la compañía de la ceremonia mansa del mate, el hablar de bueyes perdidos, más el saludo con algún coterráneo en idéntica situación, entonces resulta, que se ha generado un nuevo modo de ocio, quien dice, que el fenómeno no necesite de más royos ni explicaciones”, indicó.
REFLEXIONES
Por su parte, Cristian Rabasa, Director de Planeamiento Urbano, se pronunció sobre el tema y reflexionó:
“En principio, el sector en donde mayormente se instala la gente, cuenta con suficiente espacio verde disponible (y árboles) entre la calzada y los alambrados de las parcelas (las construcciones están retiradas, casi siempre, de la línea municipal, lo que da más amplitud de espacio) que permite el estacionamiento de los vehículos (motos y autos/camionetas) y la gente a su lado”.
“Este espacio resultante “de la vía de conexión de la ciudad con la ruta nacional 5 podría catalogarse como lugar intermedio o umbral entre la ciudad urbanizada y la ruta (lo rural, el irse de la ciudad y contemplar a los viajeros pasar), transformando a una calle o avenida de comunicación entre ambas zonas (urbano/rural) en “un lugar”.
Este lugar, mezcla de gran vereda predominantemente verde y no urbana, de parque y de sector de ingreso a los inmuebles (comerciales), está ligado fuertemente al concepto de movilidad, entre lo permanente y lo cambiante, entre el lugar de estar provisorio y la libertad de movimiento (de las personas con sus vehículos).
Este lugar se transforma así en un espacio de transición entre lo urbano y lo rural, en comunión con la circulación de los vehículos y las personas que lo transitan (que no necesariamente son los mismos ni hay las mismas reglas que se ven dentro del área urbana), transformando a la gente que se instala en espectador transitorio de este proceso.
Esta situación descripta también se extiende a las inmediaciones de la conexión del acceso García Salinas y la ruta 5.
Probablemente este lugar provoque una cierta sensación de “libertad” placentera para instalarse y juntarse con amigos (en el caso de los adolescentes) o en familia (adultos con o sin chicos) y pasar el rato, y observar las escenas descriptas y las sensaciones que provocan.
En el caso de los adolescentes, que además extienden el horario de uso de este espacio a altas horas de la madrugada, quizá haya más motivos para su elección: la relación directa con la velocidad y sus derivados, cierta diferenciación y separación de la gente que anda en el centro, sin vehículos que los transporten, y que les permite hacer una travesía fuera del barrio o centro habitual (pero sin ir al campo en donde el anonimato sería total); y, además de ser espectadores, ser también protagonistas, al mostrarse y circular en sus vehículos y con sus acompañantes”.

LA MIRADA DE UN MARTILLERO
El martillero Ricardo Sacco, que desde hace más de 20 años se dedica a estudiar aspectos de la ciudad como parte de su ecosistema laboral, también respondió a la consulta de este diario y señaló que el tema “toca varios aspectos sociales, culturales y de planificación urbana”.
“En los últimos años en Trenque Lauquen, como en muchas otras ciudades de la región y del país, se ha instalado una práctica cada vez más frecuente durante los fines de semana: vecinos y vecinas eligen reunirse sobre las colectoras de accesos a la ciudad o de la Ruta Nacional 5 para compartir mates, charlar con amigos o simplemente a disfrutar del aire libre sentado en un sillón o reposera o mirando los niños como practican algún deporte con el peligro que conlleva con el fluido tránsito vehicular. Esta conducta, aunque refleja la necesidad de encuentro y disfrute comunitario, también pone en evidencia ciertos desafíos urbanos”.
Si bien esta práctica “refleja la necesidad genuina de la comunidad de encontrarse, relajarse y apropiarse del espacio público, también revela una problemática de fondo: la falta de aprovechamiento, promoción o desarrollo de espacios verdes seguros y cómodos como plazas, parques y paseos diseñados para tal fin que tenemos en nuestra ciudad”.
El uso de las colectoras “como espacio recreativo trae consigo varios riesgos. En primer lugar, representa un peligro vial considerable, tanto para quienes circulan como para quienes se detienen en zonas que no están pensadas para la permanencia peatonal. Además, interfiere con la dinámica comercial de los frentes lindantes, afectando la visibilidad y el acceso de potenciales clientes a locales y servicios”.
Por eso, “más que una crítica hacia la conducta de los vecinos y lejos de buscar prohibiciones, esta situación debería invitar a una reflexión colectiva sobre el rol de los espacios públicos en la ciudad y a una planificación urbana más estratégica. ¿Están las plazas, parques y paseos equipados, iluminados y mantenidos de manera tal que resulten atractivos para el uso cotidiano? ¿Se promueve su apropiación a través de actividades culturales, deportivas, recreativas o comunitarias?”.
“La conducta deseada, entonces, no debería imponerse, sino facilitarse: promover el uso de espacios verdes adecuados, escuchar a la comunidad para entender por qué elige esos lugares y qué necesita para disfrutar de su ciudad de forma segura y plena. La conducta que tenemos que buscar o promover es la de una ciudadanía que disfrute de su tiempo libre en entornos seguros, accesibles y pensados para tal fin. Esto requiere del compromiso del Estado en la planificación urbana, pero también del involucramiento ciudadano para repensar colectivamente el uso de nuestro espacio común”.
“¿Por qué no disfrutar de los parques y plazas que ya tenemos? ¿Qué nos está faltando para que sean la primera opción? Aprovechemos que tenemos una ciudad segura, verde y pensada para compartir. Son conscientes los vecinos sobre los riesgos de estar en colectoras y las ventajas de usar espacios verdes? ¿Qué tenemos que hacer para que la gente se incline por otros espacios de los muchos que tenemos y no elija las colectoras?”.

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