“¿Por dónde empezamos?”, desafía Orlando Bienvenido “Chino” Molinari (72) antes de iniciar una oratoria de 50 minutos ininterrumpidos en la que recorr
“¿Por dónde empezamos?”, desafía Orlando Bienvenido “Chino” Molinari (72) antes de iniciar una oratoria de 50 minutos ininterrumpidos en la que recorrerá un complejo mapa de historias en blanco y negro, que lo caracterizan como uno de los últimos personajes de barrio, allí en el sector noroeste de la ciudad “atrás de la vía” de donde nunca se fue y es un referente ineludible, por su actividad comercial, por su dedicación deportiva y por su vocación de servicio a favor de sus vecinos.
Cómo definir un personaje de barrio, de pueblo chico, en tiempos de comunicación virtual; de tecnología 2.0 y de definiciones como el “no lugar” donde la gente ya no se encuentra, ni se conoce. Hablar de “Chino” Molinari es la contracara de ese mundo, es un hombre transparente que conoce a todos y todos lo conocen, es una mano tendida y es un sitio que es un lugar en el mundo: Casa Lalo, su comercio desde hace 55 años.
Oriundo de 30 de Agosto, su familia se radicó en la ciudad cabecera y desde muy chico conoció de qué se trata la frase “ganarse el pan con el sudor con la frente”. Hijo de un policía, Luis Carlos, y de una ama de casa que luego fue pastora evangélica, Grispina; fue el tercero de 6 hermanos de una familia humilde en la que había que trabajar a pronta edad. A los 8 años, comenzó en la carpintería de Zelasqui y luego fue repartidor del diario La Opinión. Entre sus datos familiares subraya su descendencia de María “la India” Roca.
Fue vendedor de papas en bicicleta y a los 17 años puso su propia despensa. Casa Lalo, hace 55 años. Fue adquiriendo terrenos contiguos y construyó un gran comercio. En aquellos años también compró un colectivo y fue vendedor de ropa y mercadería en las estancias de la región. De ese lugar, dicen los que lo conocen, nadie que tuviera una necesidad se fue con hambre o un chico sin una zapatilla, pero él no lo va a decir.
Por donde pasó dejó una huella que le devuelven con afecto. Su comercio, de la calle Sargento Cabral, es uno de los pocos lugares en los que el jugador de fútbol Ernesto “Tecla” Farías pasa horas tomando mates cuando viene a Trenque Lauquen; y Pedro González el veedor de jugadores infantiles de River estuvo esta semana en su casa mirando el partido que el Millonario disputó por la Copa Libertadores.
“Para mí el barrio es muy importante”, dice a OESTE BA. Es un hombre de códigos de pago chico, donde los vecinos son parte de la familia “en una época que me fue bien hice casas para vender, y durante las inundaciones la prestamos para la gente que tenía problemas. Le he dado una mano a todo el que he podido, yo nací de abajo a mi no me la tienen que contar”. De dar y recibir también sabe. En 1995 cuando su negocio era un emporio de la ropa popular el fuego lo redujo a cenizas en 5 minutos y tuvo que volver a empezar de cero “la gente me ayudó mucho, mi familia, todos pusimos de pie esto nuevamente”.
Casado hace más de 40 años con María Angélica, es padre de Victoria y Gisell y tiene tres nietos. Está jubilado pero no se va de atrás del mostrador “si me sacás esto no me queda nada” dice.
En ese barrio, “atrás de la vía”, cuando se instaló hace 55 años no había nada “por acá pasaban las vacas, el embarcadero estaba acá cerca, las ovejas se metían en todos lados”
3 El fútbol
El fútbol es muy importante en su vida. Fue jugador y colaborador del Club Argentino. Cuando tenía 16 años le consiguieron una prueba en San Lorenzo. “Me acompañó mi amigo Jorge Cardoso, yo sólo quería conocer barcos y aviones, no me interesaba la prueba futbolística, nos perdimos, fuimos a Ciudadela donde nos acompañó un familiar suyo. Sin dormir fuimos a Aeroparque al Riachuelo y a todos lados y me olvidé de ir al club. Cuando llegamos eran las 13 horas, 3 horas después de la cita. Me tomé una aspirina porque estaba muy cansado. Cuando llegué la delegación se iba a jugar con Vélez así que me subieron al colectivo y jugué los 90 minutos. Yo estaba muy bien físicamente, vendía papas en bicicleta en una ciudad que era toda arena así que quedé entre los seleccionados”.
Pero no se quería quedar. “Me quería volver, no tenía ropa ni nada, y Pedro González que también quedó seleccionado me prestó su ropa y su plata. Estuve un mes, pero eran otros tiempos, no había teléfonos nada, no podía hablar con Trenque Lauquen” así que abandonó la pensión del Ciclón “Pedro González me acompañó hasta Once a tomar el tren. No podía adaptarme a la ciudad”.
González, como dijimos, es el veedor de River que estuvo esta semana en Trenque Lauquen probando jugadores. “Un día vino River a jugar a Barrio Alegre y venía González así que fui hasta el hotel a saludarlo, me conoció y me invitó a comer con ellos, me senté en una mesa con Labruna, Passarella y Fillol, todas las glorias de River creo que no comí nada”, ríe.
Jugó en la Selección Roja y en Argentino. Del club fue colaborador durante muchos años y hasta prestó un colectivo suyo para llevar a los chicos a entrenar cuando la entidad Decana se mudó al lugar que ocupa en la actualidad.
“Nosotros teníamos una canchita para jugar los veteranos y el Tecla, que nosotros le decíamos Mati Farías era el encargado de alcanzar al pelota y le dejamos las luces prendidas para que practicara con otros chicos, era un chico muy tímido. Cuando quedó en estudiantes, lo iban a visitar y yo le mandaba una cajita con golosinas, ropa, y todo lo que podía”. En Casa Lalo hay cuadros con camisetas, todas las que usó Farías en su carrera profesional, todas firmadas con dedicatorias al Chino, no parece ser un personaje menor en la vida del ex jugador de River y la selección.
Ahora se sobrepone de una operación en la pierna y de un tratamiento oncológico que dice terminó con éxito y despliega una lista de agradecimientos a los doctores Di Giglio, Orellana, al pastor González, a la familia Farías y “a todos los amigos que vinieron a verme, soy agradecido”.
“¿Cómo me van a recordar? Algunos me van a recordar unos días, los amigos, la gente del barrio. Ahora arreglé bien una sala en mi casa porque me gusta guardar todo lo que me regalan, yo creo que me he portado bien”.