Eduardo Abásolo anda por la vida con un libro bajo el brazo. No es la única característica que lo vierte en un ser anacrónico, fuera de tiempo. Desenf
Eduardo Abásolo anda por la vida con un libro bajo el brazo. No es la única característica que lo vierte en un ser anacrónico, fuera de tiempo. Desenfunda un teléfono de la era analógica, sin WhatsApp ni redes sociales y como si fuera poco propone “revalorizar la palabra”, esquivar los agravios y condenar a los “vociferantes”. Es definitivamente un hombre extraño en nuestros días.
A los 80 años este veterinario que ya está jubilado de su profesión, sigue abonando el camino de la palabra, el diálogo, el acuerdo y la concertación a través del lenguaje. Se convierte casi en un militante de ese canal de comunicación y pide conservarlo, como la última joya histórica que no debe arrebatarse, el lenguaje.
Fue periodista aficionado con la redacción de artículos para el semanario El Lector y conductor de TV en un ciclo que invitaba a esto: hablar, algo que no sabemos bien por qué pero desapareció de nuestros hábitos saludables.
Portador de una gran elocuencia intelectual, en una entrevista con FM Tiempo habló de todo. “De la veterinaria me gusta los animales, la naturaleza, pero me gusta la literatura y la inquietud filosófica” dice y entonces saca el libro que lo acompaña se trata de “La palabra amenazada” de Ivonne Bordelois “lo que dice es cómo se bastardea a la palabra como medio de comunicación cuando se le da énfasis desde el mercantilismo y no como vehículo de pensamiento, no tiene que ser un instrumento”, sostiene.
En la TV hizo un programa de entrevistas “que a mi me enriquecía porque tenía que estar preparado para hablar con el invitado de la noche y es importante el ejercicio de escuchar” dice y remarca el oficio de “conversadores”.
Hace una defensa “de lo viejo” y citó a Larralde “No le cierres la tranquera al dueño del horizonte” pero no lo mencionó para atacar a las nuevas generaciones, por el contrario “no los culpo a los chicos, porque con los marcos de referencia que le estamos dando a los jóvenes demasiado bueno son ellos”.
Dice que no tiene como deuda pendiente escribir un libro porque lo suyo es la conversación, insistió, “la palabra te lleva siempre a encontrar puntos de encuentro. Me gusta más la conversación, ser un conversador, hoy abonar la palabra es un privilegio”.
Rehúsa hablar de política para no caer en la grieta y en la descalificación que es moneda corriente, pero se queja de “los políticos que son vociferantes y que gritan y critican a todos como el Presidente porque no da lugar a las palabras” señala sin poder evitar la alusión directa. “Cuando la violencia se apodera del lenguaje tenemos la repetición compulsiva del insulto, la blasfemia de la agresión sexual, el boludo, el hdp, el incesto verbal, etc.”, enumera en el final citando el libro que se fue bajo su brazo, listo para ser desenfundado en cualquier momento.