Emilia Fuhr parece una mochilera camino a Bariloche. A donde va transporta estuches que lleva en la mano, cuelga en los hombros y en la espalda.
Emilia Fuhr parece una mochilera camino a Bariloche. A donde va transporta estuches que lleva en la mano, cuelga en los hombros y en la espalda. Son algunos de los múltiples instrumentos musicales que toca, una muestra de la versatilidad de su horizonte musical que la convierten en una referente local en el ambiente.
Aunque a ella no le gusta nada que le mencionen frases de ese estilo. Abraza la música con pasión como lo hace con la Escuela de Música que habita desde sus inicios y cuenta con entusiasmo cómo fueron aquellos días del inicio de la hoy súper consolidada y muy reconocida institución académica local.
La música entró a su vida desde temprana edad, casi como su amor por los caballos que más tarde explicará. Comenzó de niña a participar de los coros y de alguna manera nunca se detuvo. Le siguieron las lecciones de piano, los coros de adultos, las giras europeas, la participación en los orígenes de la Escuela de Música y ahora su participación multifacética y multi-instrumetal en las agrupaciones que allí se gestan.
“Mi madre era muy aficionada a la música, escuchaba mucha música clásica y cantaba el Ave María en la Parroquia” recordó Emilia en una entrevista con FM Tiempo 91.5 Mhz.
“Estudié piano con Marisa Mestre y me recibí en el conservatorio. Desde muy chica tocaba en la escuela, el himno y tenía que suprimir notas porque tenía las manos muy chicas. En la escuela se relacionó con el gran maestro Darío González coordinador de los coros musicales “después estuve en el Mester y en el Cantoria con Juan Pablo Cadierno”, con quien hicieron una gira por España.
Los caminos de la vida la llevaron a estudiar Física y óptica y contactóloga, aunque lo suyo siempre fue la música y se cruzó con un tercer maestro: “En ese momento apareció Daniel Virzi a generar nuevos proyectos con la visión de crear esta escuela de música”.
“En Trenque Lauquen tuvimos la suerte de contar con gente capaz de generar estos proyectos. Aparece la idea de armar una orquesta y me incorporé pero no sabia qué instrumento elegir en esos comienzos era en el mismo galpón del parque donde ensayaba la banda y ahí empezamos, la primera vez que tocamos en público sonábamos muy mal, algunos quedamos de aquella formación original, nadie podía ayudar a otro porque estábamos todos aprendiendo estos instrumentos nuevos”, recordó.
“Hoy si miramos para atrás no podemos creer todo lo que se logró. El gran paso fue hacerle lugar a los chicos, la orquesta infantil para hacer un semillero, yo era la coordinadora sin sueldos ni nada, era por las ganas que teníamos. Ni siquiera teníamos baño, íbamos al baño de la terminal con los chiquitos”.
A pesar de su historia vinculada a la génesis de la escuela, su hijo Martín Larroudé no estudió allí y pisó recién de grande la escuela “su incursión musical es por su papá y no por mi”. Hoy es el director de varias agrupaciones en las que toca su madre.
“No es un conservatorio es como ir a un club a practicar deportes porque los chicos disfrutan de la actividad, toman alguna merienda, sienten pertenencia y se integran. Se trata de jugar en equipo porque uno quiere sonar bien como agrupación y eso es fundamental en la formación humana y además pueden venir todos no hace falta tener capacidad económica, poder ir, probar instrumentos, cambiar. Tenemos instrumentos que no hay casi en ningún lugar de la provincia”.
En la escuela “hay una energía mucho más llamativa que lo que encontrás en otros lugares y eso tiene que ver con lo vocacional”.
Aunque es profesora de piano ha incursionado en distintos instrumentos toca la viola, trompeta y fagot, en la orquesta sinfónica, la big band y la preorquesta.
Además de su pasión por la música, también siente amor por los caballos y ello la llevó a meterse como voluntaria y colaboradora de la escuela de equinoterapia donde ayudan a chicos con discapacidad.