Ramiro Villar es un apasionado de la gastronomía y su obsesión por la calidad del producto lo llevó a tomar cursos, capacitarse, probar y volver a emp
Ramiro Villar es un apasionado de la gastronomía y su obsesión por la calidad del producto lo llevó a tomar cursos, capacitarse, probar y volver a empezar para elevar un estadío superior una vieja receta de la tabla de la charcutería y convertirse hoy en un referente en nuestra ciudad.
Se trata de Ramiro Villar Charcutería que elabora todo un repertorio de embutidos y salazones que se comercializan aquí y en la región. Su emprendimiento nació en pandemia y no para de crecer. Hoy produce unos 500 kilos semanales de carne de cerdo y ya tiene tres empleados a pesar del poco tiempo transcurrido.
La clave, dice, que sus productos salames, jamones, bondiolas, mortadelas, etc. no son industrializados sino que sostienen la producción artesanal con técnicas de secado y un tratamiento que aprendió de una tradición familiar pero que perfeccionó con cursos en el INTA y en el INTI. Además, como es celíaco busca que sus productos sean elaborados libres de gluten aunque –aclara y subraya- no tiene el sello para vender libre de gluten.
En una entrevista con FM Tiempo 91.5 este profesor de Historia de 45 años, contó cómo decidió cambiar su vida en pandemia y el crecimiento geométrico de su emprendimiento al que –dijo- reinvirtió todo lo que fue ganando para contar con capacidad de producción, estacionado y mayor calidad.
Charcutería es un término francés y que se refiere a todo lo que se produce a partir del cerdo y todo comenzó por una herencia familiar “esto lo hacían mis abuelos, mi padre, y después tuve una fuerte influencia de mi madre que ella es una muy buena cocinera y ambas cosas se fusionaron”.
“Mis abuelos y padres lo hacían a la antigua usanza para consumo personal” pero en pandemia decidió estudiar y capacitarse en el tema con cursos aquí y allá y “combinar eso que aprendí de mis antepasados, las recetas tradicionales que trajeron nuestros inmigrantes con las nuevas tecnologías”.
En el inicio tomó una parte de la casa de su madre, hasta que en un momento debió mudarla y ocupó todo el inmueble “fui modificando la casa, construimos una cámara de secado para 1000 kilos de chorizos”. Como arrancó de cero tuvo que ir comprando todo a medida que fue creciendo “no es un buen momento por la inflación y porque las maquinarias son en costo dólares y las tenes que comprar solo sin ayuda”.
Allí hacen salames, chorizo seco, españolito, chistorra, que es un fiambre vasco, mortadela, jamones crudos, bondiolas, culatelo, etc.
Los condimentos son de Cachi que “es la cuna del condimento y trato de conseguir todo sin gluten porque soy celiaco pero no tengo el sello, aclaro porque no es fácil obtener ese sello”.
Dijo estar conforme con el crecimiento en poco tiempo. No tiene un puesto de venta al público, sino que revendedores lo distribuyen, aunque proyecta en algún momento tener su propio comercio.
“Pateé el tablero salí de la zona de confort porque reduje las horas de tiempo completo con 18 años de antigüedad a la mínima expresión para no renunciar, pero voy camino a renunciar porque vamos creciendo mucho y en los procesos productivos yo tengo que estar, me gusta estar encima y porque me gusta y me siento bien” dijo.
“Estoy convencido que se puede, hay que capacitarse para minimizar errores y aprender porque más allá que mi padre y abuelo me enseñaron cosas después me di cuenta que me faltaba mucho”.
Decidió lanzarse en un mercado muy competitivo frente unos gigantes que invaden las góndolas “pero mi norte es no perder la calidad y apunto a un nicho de mercado que tiene que ver con el paladar, yo no puedo competir en otro mercado más industrializado nosotros apostamos a otro producto”.
“Todos te dicen que no es el momento pero hay que meterle para adelante, a mi me apasiona lo que hago y eso es fundamental, y eso se lo transmito a los alumnos que busquen qué los conmueve que los apasiona para descubrir qué quieren hacer y hay capacitaciones y libros para hacer todo”, dijo como mensaje final.