El puesto de diarios de Pereyra Rosas y Villegas es casi parte del paisaje urbano de la ciudad. El tradicional lugar de trabajo de Horacio Barella l
El puesto de diarios de Pereyra Rosas y Villegas es casi parte del paisaje urbano de la ciudad. El tradicional lugar de trabajo de Horacio Barella lleva allí 23 años, pero su relación con la venta de diarios y revistas es más antigua y cumple casi 50 años.
Su inicio en la actividad es en 1977 cuando junto a su padre se hizo cargo de la concesión de un quiosco en Villegas y Teniente General Uriburu, un comercio que la municipalidad otorga a personas con discapacidad. Su padre, que era ferroviario había sufrido un accidente y tomó ese lugar. Horacio, le anexó la venta de diarios adquiriendo el reparto del diario La Opinión que tenía un vecino de apellido Tello que hacía esa tarea.
Llegó a vender 800 diarios por día y revistas de todos los colores y para todas las edades, al punto que la gente, recuerda, hacía colas ante algunos eventos para comprar la prensa gráfica. Hoy, advierte que es un oficio en vías de extinción que ya nadie lee como antes y que el poder adquisitivo hace recortar gastos en las familias.
“Siempre soñaba con tener un escaparate de diario. Cuando viajaba a Buenos Aires a visitar a mis parientes soñaba que algún día lo tendría pero no encontraba la ubicación, mi idea era ponerlo en la plaza pero no se permitía ocupar espacios públicos en la época del Dr. Barracchia se ejecutaban las ordenanzas de modo tal que ni un cajón de manzana en la vereda se podía tener, y salió la posibilidad de hacerlo en la UTN lo hablamos con las autoridades y desde el año 2000 estoy ahí”.
Pero como se dijo, sus inicios son anteriores. “Me inicié con un quiosco con mi padre en Villegas y Tte. Uriburu y tomé el reparto del diario de un señor de apellido Tello, eso fue en 1977 empecé con 30 unidades y llegué a repartir 300 por día del diario La Opinión yo no me quedaba callado voceaba en todos los barrios”.
Cursó el secundario nocturno en el comercial “aunque me quedaron 2 o 3 materias, que no pude terminar por el trabajo”. Trabajaba en una panadería y en el quiosco, después entró en Entel como operador nocturno, trabajaba toda la noche y de ahí se iba a repartir el diario. Cayó en la ola privatizadora de los 90 con el desembarco de Telefónica y volvió al quiosco.
Es oriundo de González Moreno pero desde muy chico vive aquí “amo a Trenque Lauquen” dice y recuerda la época de esplendor de la venta de diarios “se leía mucho en aquellos años, en 1978 después del mundial la gente leía mucho deporte, hacían cola para comprar revistas deportivas como El Gráfico. Los martes, luego de un River Boca se leía El Grafico, lo mismo con la guerra de Malvinas se leía mucho”.
“Cuando me instalé en la esquina vendía 800 diarios por día, la mitad del diario local y la otra mitad entre Clarín, La Nación, etc. Había tanta demanda a veces que los diarios no alcanzaban. Los diarios los domingos traían muchos suplementos y productos como CDs, videos, etc. era un drama eso” recuerda por lo engorroso de armar esos diarios. “Se vendían mucho las revistas de famosos, anteojito para los chicos se vendían 150 por semana, y las de historias como Dartagnan”.
Hoy por lo menos “el 80 por ciento de esas revistas no se venden más o no se envían al interior”. Un diario hoy cuesta $ 900 por día y $ 1500 los fines de semana “y los que mas leen son las generaciones mayores que hoy son jubilados y no tienen capacidad de compra por sus ingresos. Los más jóvenes leen por internet”.
En nuestros días los escaparates en Buenos Aires “suman productos para la venta porque no se puede vivir de los diarios. Nosotros estamos pensando en hacer otras cosas para quedarnos ahí, entendemos que la venta de diarios está en vías de extinción. Hoy llegan no más de 30 diarios Clarín a la ciudad es muy poco y el diario local sale menos días”.
Recuerda que vendía en el Hospital para los internados y los días de reparto que se hicieron durante muchos años. “Mucha gente recuerda el trabajo que hacíamos porque entraba en muchas casas, conocía a las familias, muchas veces una voz de aliento, apoyo en momentos difíciles porque con tantos años vas conociendo a la gente y sus historias” y el capítulo más difícil que recuerda fue las inundaciones “lo más dramático fue las inundaciones porque los diarios llegaban muy tarde”.
UNA VIDA DE TRABAJO
Barella tiene 63 años y aunque está cerca de su jubilación dice que es muy inquieto y trabajador. “Llega la hora y ya estoy laburando, me levanto a las 4 de la mañana porque hago repartos para el diario La Opinión, luego abro el quiosco, descanso de tarde, a la hora de la siesta”.
“Voy a seguir trabajando qué voy a hacer, me despierto temprano, me gusta trabajar nosotros nos criamos así” dice y abre las manos en su relato y entonces desarrolla: “A los 11 años iba a la escuela 2 con zapatillas limpias pero rotas, con parches, y yo me sentía incómodo con las zapatillas rotas y le dije a mi madre que quería trabajar para comprarme las zapatillas, a esa edad entre en una panadería y estuve hasta los 18, esa familia me ayudó a comprar el quiosco para mi padre”
“Esto lo mamé en mi casa, había que trabajar alquilábamos y había que laburar no había otra y aprendí el oficio de la panadería entré a barrer y limpiar los moldes y terminé cocinando el pan. Mi señora me carga porque no amaso las pizzas en casa…” dice en el final con sus ojos mojados por la emoción de recordar sus orígenes humildes y de mucho esfuerzo.