Jorge Frachia, historias de peluquería

Jorge Frachia, historias de peluquería

A Jorge Frachia la voz aún le sale tenue y con poca potencia. Es la secuela de una enfermedad que lo tuvo en jaque durante el último año y de la que s

A Jorge Frachia la voz aún le sale tenue y con poca potencia. Es la secuela de una enfermedad que lo tuvo en jaque durante el último año y de la que se va recuperando de a poco y con mucho cuidado por el frío. En este oficio la voz, es casi tan importante como las tijeras. No hay peluqueros que no hablen, que no sean capaces de entender las políticas económicas o las jugadas magistrales de fútbol, que puedan describir allí cerca de la oreja de los clientes.

Jorge sabe bien de qué se trata este oficio, porque hace 55 años que permanece de pie junto a un sillón con unas tijeras en su mano derecha y un peine en la izquierda. Casi orillando los 70 años, es uno de los más veteranos en el ambiente en Trenque Lauquen, de la vieja escuela, los que aún calzan una chaquetilla blanca, los que ofrecen el diario para la espera y de los que tomaban las navajas y ejercían la barbería.

Frachia y peluquería son sinónimos en Trenque Lauquen. Jorge es un integrante de la dinastía que inauguró su tío José que le enseñó el oficio a los 14 años cuando comenzó como ayudante. En total, fueron 9 los Frachia peluqueros, incluyendo las dos hijas de Jorge que ejercen en la actualidad María Pía y María Rita.

“Mi tío fue la cabeza de todo esto, y esta nota es un homenaje a él, era el Maradona de la tijera” dice Jorge a OESTE BA que además de la pasión por el corte de pelo, tiene otra por los caballos. Cuando aprendió el oficio a los 14 años no existían las máquinas, era un oficio casi artesanal y además había que afeitar a los hombres con navajas. Eran otras épocas, los cortes no los imponían los jugadores de fútbol, eran los tiempos en los que “los muchachos de antes no usaban gomina”.

“Sí usaban” dice Frachia. “Hacíamos el corte americano y se usaba la gomina. Los hombres siempre fueron coquetos, iban toda la semana a afeitarse y sacarse la pelusa. Nosotros estábamos en la calle Villegas, algunos iban día por medio a afeitarse y todos los sábados. En el año 65 hacíamos 30 afeitadas por día”.

Pasado y presente

Los Frachia llegaron de Italia, como tantos otros. Su tío José, el iniciador de la dinastía de la peluquería, ingresó como lustrabotas a los 12 años a la Peluquería de Perroni en Avellaneda y 25 de Mayo, después empezó a cortar el pelo, aprendió el oficio, y aprendió tan bien que cada vez más gente iba a cortarse el pelo con él, nunca vi un peluquero como él, tenía pasión por el oficio”.

 

Jorge aprendió el oficio con su tío y se independizó a los 18 años. Alquiló locales siempre en la zona céntrica y hace 40 años compró el de la esquina de Belgrano y Alsina, donde hacemos esta entrevista.

Le fue tan bien que fue una referencia del oficio en la ciudad “hacía entre 1000 y 1100 cortes por mes; llegué a hacer entre  45 y 60 cortes en un día. Aún tengo ganas de continuar en este oficio”.

Cuáles son los secretos para sostenerse durante medio siglo en este oficio. “Tenés que tener confianza con el cliente, yo no soy fanático de nada ni del fútbol ni de la política, charlamos un rato, hay gente que hace 50 años que le corto el pelo”.

La charla es clave. Los peluqueros de hombres suelen ser especialistas en casi todo “vos al cliente lo tanteás, le hablas algo y si te sigue la corriente le seguís el tema, pero después hay gente que viene hace 50 años, entonces ya sabés de qué hablar, si viene alguien nuevo lo vas tanteando”, dice el experimentado barbero.

Y a la hora de interpretar el corte de un cliente nuevo “es como cuando vas al médico y le decís me duele acá, el sabe qué puede ser. Yo interpreto el corte que pretenden, algunos no saben explicarlo”.

Claro que las modas van cambiando “cuando hice el servicio militar se usaba el pelo largo y en Buenos Aires cerraron como 300 peluquerías porque nadie se cortaba, después empezaron con el corte un poco más corto, y ahora se pelan”. Destaca que antes “a la gente le gustaba peinarse, y elegían un corte que les quedara bien o los identifique, ahora eligen el de los jugadores de fútbol”.

Frachia también remarca en la charla con este diario que el oficio fue cambiando la valoración de la sociedad “antes ser peluquero era algo bajo, con los años eso se fue modificando y se reemplazó el estilista, que es más delicado y tiene mejor valoración social”.

Vínculos

En este oficio se establece un vínculo muy fuerte. Encontrar al peluquero adecuado puede ser una tarea de toda la vida, y una vez que se alcanza ese “pacto” uno recurre frecuentemente a ese local. No quizás por condiciones técnicas o de moda, sino por el vínculo, la confianza. El poder llamarse por el nombre a penas cruzar la puerta, son cosas de peluquerías de hombres.

Frachia sintió eso cuando por razones de salud tuvo unos meses alejado de la peluquería “mucha gente me decía que no sabía dónde cortarse cuando estuve enfermo. Yo sentí el aprecio de la gente después de mi enfermedad porque muchos me vinieron a saludar”.

“Voy a seguir cortando hasta que las piernas me den. Yo trabajo desde los 12 años, no puedo estar sin trabajar. Ahora vengo menos horas por el frío, me tengo que cuidar, pero cuando cambie el tiempo volveré al horario habitual”.

Jorge está casado hace medio siglo con Ana María Sánchez y tiene 4 hijos, y 8 nietas. En su local aún conserva una talquera y brocha de afeitar de varias décadas que ya no usa y de pie al lado del sillón que compró en Casa Marciano en 1966 dice que “no lo cambia más, de acá nos vamos juntos” y pasa la mano sobre el cuero del asiento.