La histórica fábrica de pastas con más de medio siglo y una tradición que sobrevive al tiempo

La histórica fábrica de pastas con más de medio siglo y una tradición que sobrevive al tiempo

Miguel Angel y José María Díaz son dos hermanos que trabajaron toda la vida juntos y siempre lo hicieron en el mismo lugar. La fábrica de pastas de

Miguel Angel y José María Díaz son dos hermanos que trabajaron toda la vida juntos y siempre lo hicieron en el mismo lugar. La fábrica de pastas de calle Belgrano al 200 que se llamaba “Fany” allí ingresaron como empleados cuando eran unos niños y 25 años más tarde compraron el negocio a su jefe y lo administran ellos desde hace un cuarto de siglo. Los tiempos pasan pero el sello de calidad, frescura y un sabor artesanal y casero perduran en el lugar.
El origen de la fábrica de pastas se ubica hace más de 60 años cuando se llamaba “El emporio del oeste” luego pasó a llamarse “Fany” y desde 1998 “El viejo antojo” ya en manos de los hermanos Díaz que son propietarios desde 1998 del lugar.
Juan Antonio Rodríguez había sido el primer propietario y su empleador. Llegó de Carlos Casares a poner una panadería en Sarmiento y Dorrego, y luego cambió de oficio por la fábrica de pastas. Tenía un socio en aquel momento de apellido Zapata, relatan los hermanos Díaz a oesteba.com.ar y cuando la sociedad se disolvió se denominó “Fany” porque era el apodo del casarense.
Los hermanos Díaz egresaron de la Escuela 8 y su madre, cuentan, los mandó a trabajar la fábrica de pastas. Entraron a los 12 años y no se fueron más. “Tenemos más horas aquí que en nuestra casa” dicen.
Eran unos niños y fueron empleados para barrer la vereda y limpiar las máquinas. Eran épocas de gloria para la actividad “llegamos a ser 5 empleados” y se elaboraban “entre 200 y 300 kilos de harina por día. Eramos los únicos en la ciudad con pastas frescas porque había cerrado El Trigal”.
En 1998, próximo a jubilarse Rodríguez entendió que debía dejar su legado a sus empleados. Los hermanos Díaz se hicieron cargo, compraron las máquinas y el local que terminaron de pagar en 2001 antes de la gran crisis. “Los 2 primeros años trabajamos como empleados, andábamos en bicicleta para poder comprar el local”.
La historia de la fábrica es su historia de vida, crecieron allí y se desarrollaron. Sus hijos, cuentan, no continúan con la tradición y no tienen vinculación con el oficio.
“Casi no hay fábricas de pastas frescas artesanales, nosotros no usamos ningún producto químico, ni disecado, ni conservantes, ni nada. Acá la ricota es ricota, el pollo es pollo y el huevo es huevo no hay productos disecados y se elabora todos los días”, cuentan y cuando se le pregunta cuál es el secreto responden que “la gente busca calidad y tradición, hoy hay segunda o tercera generación de clientes que vienen a comprar por eso el viejo antojo, hoy vienen los hijos de los hijos, algunos que estudian vuelven los fines de semana largo a comprar aquí”.
Y cómo es trabajar entre hermanos. “Para nosotros trabajar entre hermanos es algo habitual, somos empleados y socios, la familia aquí no entra, sólo nosotros dos y los problemas quedan en la vereda. Nosotros siempre continuamos como empleados, cumplimos horario, nos tomamos sólo 2 feriados al mes cada uno, los domingos se trabajan desde las 5 AM y nos vamos a las 13.30 y en la semana de 7 a 12 y de 17 a 20”.
El fuerte son los fines de semana y los meses de frío. “Hoy a los vecinos le gusta saber lo que come y que no tenga productos químicos, ni conservantes ni nada de eso. Estas son pastas frescas”.
En precio “podemos competir porque no pagamos sueldos ni alquileres y solo somos nosotros dos. Preferimos ganar menos y no aumentar”.
En el Viejo Antojo se pueden comprar tallarines, ñoquis, tapas de empanadas, ravioles y sorrentinos, de diversas variedades.
“A los argentinos les gusta comer el domingo en familia asado o pastas y con el incremento de la carne, hoy hay una mayor preferencia a las pastas se van equilibrando. Con un kilo y medio de tallarines comen ocho personas y los costos son distintos”.
“Vamos a seguir porque es un trabajo que sabemos y nos gusta” responden cuando le preguntan hasta cuándo continuarán “nos damos el lujo a esta altura de elegir el trabajo que queremos hacer o no, si viene alguien por una fiesta o algo elegimos si queremos hacerlo o no, para nosotros lo más importante es el mostrador aquí. La atención al público es lo mejor, siempre con una sonrisa nosotros le agradecemos a la gente que confió, no éramos nadie y pudimos crecer y vivir con este comercio”, concluyeron.
La clave es la pertenencia al barrio. Reconocida calidad de sus productos más allá de modas y tendencias, y el traslado generacional de los clientes.