Si la historia del interior profundo se compone de la sumatoria de pequeñas historias, una de ellas es la de Graciarena, un paraje rural en
Si la historia del interior profundo se compone de la sumatoria de pequeñas historias, una de ellas es la de Graciarena, un paraje rural en el distrito de Salliqueló, un sitio que cuesta encontrar en el mapa y que difícilmente el GPS nos conduzca hasta allí. Se trata de un pequeño poblado de principios de siglo pasado que se fue deshojando con los años hasta llegar a nuestros días donde sólo viven un par de familias.
Pero antes de este presente gris, Graciarena fue una promesa de pujanza y bienestar, un lugar de atracción para la comunidad rural del distrito de Salliqueló que imaginó allí un espacio de progreso que cobijara los sueños de los que estaban haciendo Patria aquellos años.
Graciarena lleva ese nombre por don Juan Agustín Graciarena, donante de las tierras donde se construyó la estación del Ferrocarril. A su alrededor comenzó a tejerse el esbozo de un proyecto de urbanización pero que nunca prosperó, no pasó más que una serie de viviendas, un almacén, una herrería y una escuela que estuvo vigente hasta hace sólo 5 años y mantuvo con vida el lugar.
De los parajes rurales y pequeños poblados que recorremos con estas páginas, el valor agregado de Graciarena es que se llega por pavimento, nunca hay que bajar a un camino de tierra. Al lugar lo cruza la Ruta provincial 14 y tiene tránsito de la producción rural.
El edificio de la estación de trenes sobresale al costado de la ruta. Llueve el día de la visita, y todo es más difícil. En la estación vive la familia Fassina, están allí desde 1990. Se trata de Sandra Martín y Juan Fassina, hace 28 años se casaron y viven en ese lugar. Allí nacieron sus hijos Florencia, es geóloga y becaria del Conicet, actualmente reside en Santa Rosa; y Santiago que decidió no estudiar y continuar con la tradición familiar de la actividad agropecuaria.
Juan nació en Graciarena. Su familia tenía una chacra que ahora explota él con sus hermanos y su hijo. Todos fueron alumnos de la Escuela 5, que funcionó durante muchos años en un edificio de adobe, que está casi derruido y luego se mudó a un edificio nuevo, que luce reluciente, pero está abandonado hace 5 años cuando por falta de matrícula cerraron la escuela. Como era antes, el establecimiento educativo tiene una casa atrás para la docente, esa vivienda está ocupada por una familia que se encarga de mantener el inmueble escolar y evitar que le roben cosas o se venga abajo por la falta de uso.
Entones tenemos dos familias como residentes estables, en dos edificios públicos. Después no queda nada más. Sin embargo, para Sandra “es un lugar único, es como un paraíso. Hay mucha paz, me costaría dejarlo” dice. La vecina que nació en Salliqueló y que vive en Graciarena desde 1990 rescata que tienen todo, agua, gas, luz, internet y pavimento y que están muy cerca de Quenumá (12 kilómetros) y Salliqueló (46 km).
La historia
Sandra sabe de la historia moderna del paraje, pero quien sabe más atrás es Omar Riesco, un historiador radicado en Quenumá autor del libro “100 años con mi pueblo” que será decretado de interés municipal por la Municipalidad de Salliqueló. Este hombre tiene 92 años y una memoria intacta. No se autodenomina historiador sino más bien un vecino con inquietudes e interesado en la historia.
Por su edad vio mucho de Graciarena. Recordó la vieja almacén que fue característica del lugar y el Club Atlético Graciarena que tenía un famoso equipo de fútbol en el que jugaba su hermano. Dice que los orígenes del poblado se remontan al tren y que ese lugar despegó antes que Quenumá aunque todo cambió rápidamente.
“Había mucha gente, la comunidad rural era grande, solían transitar no menos de 400 personas por ese lugar por el tren, por la actividad agropecuaria”. Pero empezó a decaer rápido. Riesco recuerda un hecho puntual que lo marcó “en 1951 yo quise cargar nafta en ese lugar y ya no se podía, había comenzado el éxodo”.
Antes de todo eso la estación de trenes movía mucha gente. Para el año 1911 había en el lugar un Almacén llamado «La Criolla» de Francisco Díaz, de Catriló, con el correr de los años contaba con estafeta postal, policía, maestro, un club y un surtidor de nafta.
La escuela
La actividad social e institucional estaba directamente encausada a través de la Escuela Nro. 5
Para hablar de la escuela, fuimos a visitar a una amiga de estas páginas: Marta Villacampa, quien hoy está a cargo del Museo de Salliqueló fue maestra y directora de la Escuela 5 durante 9 años. Comenzó a trabajar cuando las clases se daban en casillas hasta que pasaron al edificio nuevo.
“Mi relación con Graciarena es muy especial por los años que pasé. Tuve que viajar mucho al campo antes del pavimento y era difícil a veces llegar. Teníamos el acompañamiento de las familias, nosotros nos preocupábamos primero que todos comieran bien, y luego de que pudieran razonar los problemas de matemática”. Siempre “hubo poca gente. El homenaje hay que hacerle a Isidoro Alcalá, un jefe del Ferrocarril que siempre estaba para ayudar en la escuela”.
Daniela Arana fue también docente de esa escuela. Reside hoy en Quenumá y se muestra muy predispuesta a ayudar en la reconstrucción de la historia. La escuela cumplió 50 años en el 2001, se hizo una gran fiesta popular y se escribió un pequeño libro sobre la institución que Arana nos consigue para indagar.
Cuesta creer que este edificio que albergó a los chicos, que corrieron en esos patios, hoy sea mudo testigo del tiempo que pasa sin dejar huella.
En el libro de la Escuela se lee una poesía “Escuela eres como el brazo del saber iluminado; la piel de Graciarena y un fulgor de bandera que roza la siembra del campo de avena…Un tiempo; medio siglo; un instante; amor y letras; héroes; honestidad; rayuelas; niños y maestros; hoyos y bolitas; libertad; un tiempo que sigue; mañana”.