En el Día Internacional del Libro, la Biblioteca Pública Rivadavia fue epicentro de un encuentro donde los mejores sentimientos humanos se enseñorearon en una de las manzanas del centro de Trenque Lauquen, como si alrededor no existiera un mundo en el cual resultan avasallados.
Durante dos horas, “Chichita” (la señora María Ethel Stamati de Dominici) desgranó recuerdos de su vida, que comenzó allá por 1928 y por tanto lleva acumulados 93 años de andar derramando amor al prójimo. La excusa fue la presentación del libro autobiográfico “Mi pacto con el tiempo”, publicado en 2022 por la editorial Mirador, gracias a los buenos oficios del historiador y escritor Pablo Semadeni.
“Chichita” fue desgranando recuerdos, cayendo por momentos en la cuenta que estaba adelantando mucho de lo que el libro detalla, pero para quien, aun conociéndola de antemano, no sabía todo lo que fue capaz de impulsar y concretar en materia educativa en Trenque Lauquen (la Escuela Nacional de Comercio nocturna, primero, y diurna, después, y el Instituto Superior de Formación Docente N° 40 – con las carreras para la formación de maestras de Nivel Inicial, Educación Primaria y Educación Especial), ese rato en la Biblioteca permitió dimensionar mejor qué significaba la existencia, tan inquieta, tan plena, de la sonriente expositora.
Entre todos esos recuerdos hubo uno que nos impulsó a escribir estas palabras, un encuentro de “Chichita” con otra mujer para nosotros imborrable, que siempre está presente aunque desde fines de 2018 ya no nos acompañe físicamente. Dos veces en su charla “Chichita” aludió, sin nombrarla, a Elena Taybo, la mamá de Rodolfo Emilio Pettiná, al comentar que una señora le había ido a tocar timbre para contarle que al hijo que estudiaba Medicina en La Plata lo habían secuestrado del Centro Universitario de Trenque Lauquen, cuando sólo le faltaban dos materias para recibirse (desconocíamos que Rodolfo estaba tan próximo a graduarse). Textualmente, cuenta “Chichita” (página 48 del libro, en la que se refiere al duelo que la Escuela de Comercio debió afrontar por los efectos de la dictadura genocida 1976-1983): “Una noche se los llevaron y desaparecieron, uno de ellos estaba terminando medicina, su madre que trabajaba como empleada doméstica vino a mi casa desesperada y realmente yo no encontraba palabras para consolarla, me decía usted sabe que mi hijo era una buena persona, él pudo hacer el secundario porque ustedes le dieron los libros y ahora, cuando su sueño se hacía realidad, se lo llevaron. Yo en esos momentos no tenía palabras para consolarla y sólo la abracé y lloramos juntas”.
Cuando “Chichita” rememoró ese momento no pudo evitar que la angustia le estrangulara la voz, y sollozó como si los casi 45 años transcurridos desde mediados de 1977 se condensaran en un instante, previo al relato que nos hacía en la Biblioteca Rivadavia. Es que el amor al prójimo no envejece, en todo caso (como expresó Pablo Semadeni durante la charla) se añeja, mejora con el paso del tiempo cual si fuera buen vino. El editor usó otra palabra (“añora”) que en el momento pudo parecer imprecisa pero no lo es, a la vista de la falta que le hace a este siglo XXI aquello que “Chichita” y Elena distribuyeron con equidad: humanismo independiente de ideologías y/o afiliaciones político-partidarias. “Chichita” – de extracción radical – y Elena – afín al peronismo – lloraron abrazadas por los crímenes atroces que algunas/os siguen negando, insensibles a lo que no les toca directamente (así nos puede ir, con esa falta de empatía que se refleja sin ir más lejos en redes antisociales; así nos irá, si como población no somos capaces de abrevar en el carácter profundamente inspirador del abrazo sin palabras de dos mujeres ejemplares).
“Chichita” agradeció muchas veces, a todas las personas que la ayudaron a gestar las grandes obras educativas que signaron el devenir del distrito. Un asistente a la presentación del libro, médico que supo ser director del Hospital municipal (donde es seguro que Rodolfo Pettiná hubiera desplegado sus mayores esfuerzos por la salud de vecinas y vecinos, si le hubieran dado la oportunidad) la “retó” muy afectuosamente, diciendo: “Vos, Chichita, le agradeciste a Trenque Lauquen todo lo que te ayudó, pero es Trenque Lauquen el que te tiene que agradecer a vos que te hayas quedado acá, a pesar de una mala impresión inicial, haciendo tanto por la comunidad”. Sabias palabras, a tono con la sabiduría de la protagonista de una tarde/noche inolvidable.
Texto de la Comisión de Derechos Humanos de Trenque Lauquen








