Paula Osterrieth: el mosaiquismo y el arte de unir lo roto

La artista que transforma fragmentos en belleza.

En una casa de Trenque Lauquen donde los espejos rotos son tesoros y las paredes hablan en colores, Paula Osterrieth transforma fragmentos en belleza. Artista visual, docente y mosaiquista desde hace más de 15 años, Osterrieth lidera un taller que es mucho más que un espacio creativo: es una comunidad sensible, una terapia compartida, una forma de sanar con las manos.
“Yo lo llamo mosaic-terapia”, dice Paula en una entrevista con la FM Tiempo 91.5, entre risas y convicción. “Muchas alumnas llegan recomendadas por psicólogas, buscando salir de la rutina, reconectar con algo propio. Y lo que pasa en el taller es mágico: de algo roto, surge algo hermoso”.
Formada en el Centro Polivalente de Arte como Maestra Nacional de Bellas Artes, Osterrieth comenzó su camino en la pintura, pero encontró en el mosaiquismo una nueva pasión. «Desde muy chica sentí el impulso de crear, de jugar con los colores, las formas y los materiales. Esa curiosidad me llevó a estudiar y recibirme de Maestra Nacional de Bellas Artes. Más tarde continué en el camino de la enseñanza, acompañando a niños y adultos en el descubrimiento del arte. El mosaico llegó como una forma de unir todo eso: el amor por el color, la paciencia del oficio y la alegría de crear con las manos». El mosaiquismo, agrega, «es más que una técnica. Es una forma de contar historias. Cada pieza tiene un pasado, una energía. Cuando armás una obra, estás reuniendo memorias, colores, emociones”.
Su casa es un manifiesto visual: murales, mandalas, fanales, mesas intervenidas. “El mosaico es eterno. No se desgasta como la pintura. Y además, te permite trabajar con materiales reciclados, con lo que otros descartan. Mis alumnas ya saben: si ven un volquete, hay que mirar. Siempre hay algo que puede servir”.
Paula dice que adapta la técnica a su estilo y a los tiempos actuales. “Hoy usamos herramientas que permiten cortar, lijar, modelar. Antes, la pieza se usaba como caía. Ahora hay más libertad, más diseño”.

En sus talleres, trabaja exclusivamente con adultos, por seguridad. “El vidrio, el espejo, el azulejo… son materiales hermosos pero delicados. Hay que saber manejarlos. Por eso me gusta que cada alumna avance a su ritmo, que se critique, que se supere. No hay un final: siempre hay algo nuevo que aprender”.
Además de enseñar, Paula sueña con dejar huellas en la ciudad. “Me gustaría que el grupo intervenga espacios públicos, que el arte salga del taller. En otros lugares del mundo, el mosaiquismo está en las calles, en las plazas. Acá también podemos hacerlo”.
Su símbolo personal es el colibrí. “Es mi firma, mi huellita musiva. Lo pego en distintos lugares del mundo y la gente que me conoce lo reconoce. Es mi forma de decir: estuve acá, dejé algo”.
En tiempos de velocidad y consumo, Paula Osterrieth propone otra lógica: la del fragmento que se une, la del tiempo que se dedica, la del arte que cura. “El mosaico me salvó muchas veces. En la pandemia, en momentos difíciles. Siempre vuelve. Y yo lo vuelvo a elegir”.
Su cuenta de Instagram, @paulimosaic.tl, es una ventana a ese universo de colores, texturas y sensibilidad. Una invitación a mirar de cerca lo que otros desechan, y descubrir que, en manos como las de Paula, todo puede volver a brillar.

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