En Pellegrini sobrevive la historia del gran hotel Colombo, a pesar que hace 40 años cerró sus puertas como tal y se reconvirtió en una empresa dedica
En Pellegrini sobrevive la historia del gran hotel Colombo, a pesar que hace 40 años cerró sus puertas como tal y se reconvirtió en una empresa dedicada a la venta de artículos agropecuarios también ya tradicional: Castro Rural. El edificio es de principios de siglo XIX y le precede incluso a la fundación de la ciudad. Allí se alojaron varias generaciones de pellegrinenses, fue la casa en el pueblo de la gente de campo y sus paredes guardan un sinnúmero de historias y anécdotas que aún cuentan los vecinos.
Para contar esta historia golpeamos la puerta de Antonio “Nito” Castro, de 86 años de edad. Nació en una de las habitaciones del hotel y no es una metáfora. Señala con el dedo el lugar del edificio donde estaba la habitación 4 donde su madre dio a luz. Nito heredó el hotel de sus padres, fue la tercera generación que lo administró y fue quien bajó las persianas para levantar las de la ferretería agropecuaria. Se calcula que estuvo abierto más de 80 años.
En un principio no era un hotel, sino una fonda y posada; y no se llamaba Colombo sino “La Flor de Italia”. Antonio Colombo era el abuelo de Nito. No lo conoció. Sí sabe que llegó proveniente de Italia y recayó en Pellegrini, donde compró las 10 hectáreas donde se construyó el edificio asentado en barro.
La historia más contemporánea, la que Nito tiene al dedillo es la segunda generación, la que protagonizó su padre Belarmino Castro que a los 14 años se vino de polizón en un barco a la Argentina “no le dijo a nadie de su familia, sólo a un hermano que lo acompañó al puerto de Gijón y a quien le regaló su bicicleta antes de embarcarse”, recuerda hoy su hijo no sin emocionarse y dejar caer lágrimas de sus ojos. No será la primera vez que lo haga a lo largo de esta charla con OESTE BA.
Una vez en la Argentina, en Buenos Aires, fue a pedir trabajo en un taller donde casualmente se encontraba el pellegrinense Goitea López propietario de un almacén de ramos generales quien lo invitó a radicarse en este nuevo pueblo bonaerense. No tenía nada, vivía en el mismo almacén y no sabía ni leer ni escribir, por lo que comenzó a tomar clases con la señora que era la esposa de Antonio Colombo, el propietario del hotel. Allí conoció a Teresa Colombo, la heredera de la empresa familiar, así que al cabo de unos años terminó al frente de la empresa.
Belarmino Castro vino a hacer la américa y no volvió más al viejo continente, ni tuvo más contacto con su familia. Sí lo hizo Nito, muchos años después contactó a sus raíces y viajó tres veces a España en 1982, 1985 y 1987 “fue muy fuerte ver cómo vivían, no tenían nada, vivían en la montaña, no tenían agua, la casa la habían cavado dentro de la montaña”
El Colombo no era el único hotel de Pellegrini, pero sí el único que sobrevivió muchos años. Al principio compitió con el hotel Laboronnie frente a la estación de trenes y el Bocaccio en el centro. “Este era el tercer hotel, no era de primera calidad fue creciendo de a poco y con baños compartidos. Era la casa en la ciudad de la gente de campo, que venía y se quedaba un par de días, iba al médico y hacía trámites. Venían en sulky y carretas, las dejaban en el predio”.
Nito Castro nació y creció en el hotel. A los 10 años más o menos ya empezó a trabajar “venía de la escuela y ayudaba a la familia en el comedor, a poner y servir las mesas. No había heladera, si hacíamos pollos había que matarlos y pelarlos en ese momento. Después fui creciendo y haciendo de todo un poco, cocinábamos y hacíamos de todo”.
Tenían 17 habitaciones y trabajaban a tiempo completo. Los otros hoteles cerraron y así el Colombo se convirtió en el centro de todo, sin perder nunca su carácter popular, para clases trabajadoras.
“Se hospedaban viajantes de todos lados, muchos llegaban en el FFCC y hacían base en el hotel y trabajaban en toda la región. Teníamos un bar pequeño y la gente venía temprano a tomar una grapa, una caña”.
Castro cuenta anécdotas que pintan de cuerpo entero a la época y a la existencia de un único hotel. Por ejemplo, con la capacidad reducida del hospital muchos enfermos se hospedaban en el hotel y los médicos los visitaba allí. No sólo fue un paliativo para el sistema de salud, también para los servicios fúnebres. Recuerda que en una ocasión velaron a dos hombres que habían muerto por una pelea en De Bary, en la habitación 9.
La empresa La Florida, que antes se llamó también Expreso Trenque Lauquen unía Santa Rosa con Pehuajó, “entonces paraban y cenaban todos los pasajeros en el restorán del hotel”, ahí vendían los pasajes y todo, a veces se encajaban y los teníamos que ir a buscar, no existía la ruta 5.
También recuerda que en una época “en la que era normal que la gente tuviera armas” surgió un altercado y se escucharon disparos, los que efectuó el comisario de apellido Padín “era nuevo de Buenos Aires y se cruzó un parroquiano de apellido Tálamo”.
Entre los huéspedes de renombre, el Colombo alojó Luis Sandrini y a todos los músicos y orquestas que por aquellos años circulaban en la región. Además, por ser el único que tenía teléfono se transmitía las carreras de turismo carretera desde el techo de la segunda planta. Se relató allí, el paso del “Aguilucho” Oscar Gálvez, entre otras grandes leyendas.
En el hotel trabajaba mucha gente porque las actividades eran variadas y no había máquinas que ayudaran. Lavar la ropa de cama, limpiar, hachar la leña, servir las mesas, cocinar y otras actividades eran realizadas por vecinos de Pellegrini. Otro dato que recuerda y que marca una Argentina sin inflación es que las estancias tenían cuenta anual, es decir pagaban el 30 de diciembre lo que habían gastado en 12 meses.
Final de una etapa
Belarmino llegó de España y no sabía ni leer ni escribir, pero aquí le fue bien y edificó un futuro mejor para sus hijos. Por eso, y ante la ausencia de escuelas secundarias en Pellegrini, compró una casa en Buenos Aires y envió a sus dos hijos a estudiar. Nito volvió al pago al término de la escuela, pero su hermano Carlos, que ya falleció, se recibió de médico ginecólogo y no regresó más a Pellegrini.
Entonces Nito tomó las riendas del hotel, pero era una época de cambios. “La demanda era distinta, se pedían baños privados y otras comodidades que no podíamos ofrecer o necesitábamos una gran inversión. Entonces comenzamos a realizar trabajos agropecuarios, e invertir en ese rubro”.
Al principio esa actividad fue paralela y con su padre, hasta que éste murió, y luego tuvo que hacerse cargo del hotel y de la empresa agropecuaria, por lo que decidió vender el hotel, pero conservar el edificio. Eso fue en 1976.
Un vecino de Pellegrini, con actividad hípica, venía contando la plata que había ganado en el gran Premio Carlos Pellegrini con el caballo “El Chupito” y decidió invertirlo en el hotel que estaba a la venta. “La gente de los campos ya no viajaba tanto y estaban los autos. Al cabo de unos años cerró”. Cuando el edificio volvió a la familia Castro decidieron ponerle punto final al hotel y abrir una empresa asociada al campo, la que perdura hoy como Castro Rural, con unos 40 años en el rubro. Funciona en el mismo lugar donde estaba el comedor del gran hotel, el bar y parte de las habitaciones. Aún, se conserva la planta alta de las habitaciones y las paredes tienen las marcas de las puertas y las divisiones.
Del Globo
Nito Castro habla con este medio junto a su hijo Julio. Ambos son de Huracán de Pellegrini, uno de los dos clubes del pueblo que parten al medio la pasión de los pellegrinenses. Pero no sólo son simpatizantes, están emparentados con sus orígenes.
El suegro de Nito fue uno de los fundadores, el recordado Antonio Díaz, y en 1985 Castro fue presidente de la entidad. Hoy es su hijo Julio, una pasión que se transmite de generación en generación.